Editorial El País

Ciudadanos se desmarca de Rajoy rompiendo el consenso sobre Cataluña

El golpe de timón de Albert Rivera respecto a la aplicación del artículo 155 en Cataluña es inoportuno y oportunista. Inoportuno porque se produce cuando parece abrirse camino la formación de un Govern independentista viable; una opción inquietante pero menos mala que la de mantener el desgobierno e ir a nuevas elecciones. Es oportunista porque la retirada de su apoyo al Ejecutivo, aunque no tiene una consecuencia real en el proceso, debilita al bloque constitucionalista a cambio de desmarcarse del Partido Popular cuando los sondeos indican, uno tras otro, cómo la marca naranja gana posiciones en el tablero político.

Se pueden compartir los argumentos de Rivera. Este ha acusado al Gobierno de pasividad al no recurrir el derecho al voto delegado de los diputados fugados (Carles Puigdemont y Toni Comín) y de no controlar con suficiente rigor el uso del dinero público para el procés. Son diferencias de criterio, sin embargo, que de ningún modo deberían torpedear la unidad de acción del constitucionalismo en un asunto de Estado como este. Si España tiene hoy un problema institucional de envergadura, ese es el desafío independentista. La ruptura del pacto, al fragor de la batalla dialéctica y en un pasillo del Congreso, no favorece en absoluto la imagen dialogante y centrada que Ciudadanos pretende ofrecer. Su insistencia en interpelar al Ejecutivo a cara de perro en el Parlamento sobre la difícil gestión en Cataluña parece mero tacticismo.

A un año de las municipales y autonómicas, Mariano Rajoy y Albert Rivera han dejado de comunicarse, lo que resulta paradójico si se tiene en cuenta que el primero gobierna gracias a los votos del segundo. Paradójico y preocupante, pues es obligación de ambos entenderse al menos en los asuntos de mayor calado por mera lealtad institucional. El Constitucional ha admitido a trámite el recurso de Ciudadanos contra el voto delegado en el Parlament. Nada hubiera cambiado de sumarse el Ejecutivo a dicho recurso. La escenificación de la ruptura, por tanto, responde más a una falta de sintonía personal, de la que también es responsable el propio Rajoy, que como presidente del Gobierno está obligado a liderar el consenso.

El PP, con Rajoy a la cabeza, ha optado por una estrategia suicida. Sabedor de que Ciudadanos lamina su base electoral, maltrata a su socio de gobierno sin tener en cuenta que las fisuras entre ambos le pasan más factura al PP, el partido que desde el poder no supo desactivar en su momento la amenaza del independentismo unilateral hasta que el desafío estalló en el otoño pasado. A Rivera hay que pedirle sentido de Estado, el que Rajoy no tuvo durante sus años de oposición al PSOE sobre Cataluña.