En circunstancias normales, esta habría sido una columna de desagravio a Albert Rivera. En circunstancias anormales, lo va a continuar siendo. Porque no hay mejor desagravio posible que el acuerdo de Gobierno que firmaron ayer PSOE y Podemos. Un acuerdo tan súbito como extraño y del que ya veremos si no es el primer trampantojo de algo muy diferente.
Un acuerdo, en cualquier caso, al que se sumarán en breve algunos presos condenados por golpismo, la extrema derecha de provincias, chavistas y peronistas, ágrafos de la economía, simpatizantes del terrorismo, carlistas vascos con pelos hasta en el paladar travestidos de interseccional de Malasaña y folclóricos cantonales a la caza de cacho presupuestario.
«¿Para qué repetir los comicios si PSOE y Podemos han llegado ahora a un acuerdo en sólo 24 horas?», se preguntaban todavía ayer algunos. Santa inocencia la suya. Porque para que los españoles tragaran con un Gobierno pobrista e inaceptable para las clases medias y el sector empresarial y financiero español era necesario regar primero con napalm el centro político español, destruir política y personalmente a Rivera e incentivar la subida de Vox.
Y todo ello para que este acuerdo de Gobierno que aleja a España de Europa y del siglo XXI fuera vendido como un imperativo histórico por «el auge de la extrema derecha». Una extrema derecha, que ahí anda, tan campante en sus regiones de origen, que son Cataluña y el País Vasco, jaleando el acuerdo entre PSOE y Podemos. Su objetivo de que la princesa Leonor de Borbón no llegue jamás a reinar ya está hoy un poco más cerca gracias a Pedro Sánchez.
«Lo único que no cabrá en el futuro Gobierno es el odio entre españoles», dijo ayer Pedro Sánchez poco antes de que los dos hombres que más han hecho para cultivar el odio entre españoles y arrasar los pactos de la Transición se abrazaran con los ojos cerrados y apoyando la cabeza en el hombro del otro.
¡Pero si el odio es lo único que une a PSOE, Podemos, Más País, PNV, ERC, Bildu y BNG! El odio a la mitad de los españoles. España ya había tenido antes, con José Luis Rodríguez Zapatero, un Gobierno que no creía en la existencia del país que decía gobernar. Pero nunca como hasta ahora habían estado todos los descreídos juntos y soplando las velas del mismo barco al mismo tiempo.
Esto no es un Gobierno, es un frente, y cuanto antes lo comprendan los españoles, incluidos los socialdemócratas, antes podrán ponerle remedio a las heridas que, con total seguridad, causará este gobierno, el más retrógrado de la historia de la democracia española. El único en cuarenta años, además, capaz de quebrar el país en dos, como ya ha ocurrido en Cataluña.
La prueba del sectarismo que se nos avecina la tendremos el próximo martes, cuando se haga pública la sentencia del caso de los ERE en Andalucía y el mismo Podemos que hoy ha firmado «trabajar por la regeneración y luchar contra la corrupción» diga, con total convencimiento, que Sánchez no tiene nada que ver con el PSOE de Chaves y Griñán y que la misma corrupción que en el caso del PP amerita una moción de censura es desdeñable cuando el partido que roba es ese con el que compartes fluidos monclovitas.
Este órdago a la Nación de Sánchez, por cierto, no se comprende sin el rencor africano que el presidente en funciones alberga contra ese PSOE del que apenas queda ya el nombre y que nada tiene que ver con el de González, Guerra, Rubalcaba e incluso con el de Emiliano García-Page. Si para acabar con ese PSOE que le humilló hace tres años, Sánchez debe acabar con la convivencia entre españoles, lo hará y Santas Pascuas. Porque lo suyo no es resistencia, sino encono.
Pero no hay mal que por bien no venga. Que Sánchez se haya echado al monte y que la antiEspaña en pleno esté, no en el gallinero del Congreso, sino en la Moncloa y sus aledaños, deja un agujero en el centro político de este país del tamaño de Texas. Un agujero de tres, quizá cuatro millones de votantes que Inés Arrimadas debería empezar a hacer suyos.
Entiendo las dudas de Arrimadas, como entiendo lo delicado de empujar a alguien para que asuma una responsabilidad colosal en las circunstancias personales y políticas actuales. Pero no hay ahora mismo en toda España un sólo líder político con el carisma, la autoridad y la legitimidad de la que goza Arrimadas entre los suyos.
Una mujer, además, que ya sabe cómo se ganan unas elecciones a los reaccionarios de derechas y de izquierdas en las circunstancias más adversas y caóticas posibles. No le pillará la cosa de nuevas.
Nadie mejor que ella, en fin, para plantar cara a este pacto testosterónico de la izquierda del rencor que ahora sólo cuenta con la oposición de más testosterona, la de Vox y un PP en el que Cayetana Álvarez de Toledo siempre tiene razón pero a la que nunca parecen hacer caso más allá de ese reducto de la razón que es el actual PP catalán.
Para Arrimadas, este paso al frente es tanto un imperativo moral como una oportunidad política. Ojalá lo dé más pronto que tarde y con un equipo de asesores renovado. Los hay excelentes en el partido, pero no son precisamente los que han rodeado a Rivera durante los últimos meses. Ellos también deberían dimitir, como lo ha hecho ese Rivera al que no ayudaron en nada cuando más lo necesitaba. Los amigos fieles son una bendición, pero si encima de fieles tienen talento la cosa ya es el acabose.
Un recuerdo desde aquí para «el sector crítico» de Ciudadanos. Qué ojo el vuestro.