Juan Francisco Ferré-El Correo

  • Antes de aprobar la amnistía, el votante socialista debería cuestionarse qué idea de nación sostiene con su voto

Igualdad, sí. Igual da el lugar para reivindicarla. El clamor es el mismo, unánime y anónimo, contra lo mismo. Cómo la izquierda, apelando al progreso, pretende atentar contra el principio básico de la igualdad de todos con total descaro y deshonestidad. Como en la parábola de Orwell, unos ciudadanos son más iguales que otros ante la ley. Los amigos de Sánchez y los demás. Supersánchez contra los fachas, así se titula el peliculón del momento. Ya se sabe que todos los que reclaman la igualdad en este país son unos fachas redomados.

Las políticas sanchistas ponen en evidencia los déficits de la democracia española. El error es sistémico. Se ha consentido que las minorías, en nombre de la igualdad, avasallen a las mayorías con sus exigencias imposibles, blandiendo el victimismo y el resentimiento como armas de combate. Se ha implantado un régimen de vigilancia casi policial del lenguaje y los discursos que actúa con celo soviético. Basta con escuchar a los portavoces de esta parada de los monstruos cotidiana para calibrar el tamaño de la amenaza real que pesa sobre la libertad de expresión.

Se ha corrompido el juicio hasta el absurdo. Quien expresa sospechas sobre las maniobras del gobierno con los inmigrantes ilegales, diseminados por el mapa autonómico con dudosas intenciones, es acusado de xenófobo o racista. No así, en cambio, los políticos que defienden la supremacía vasca y catalana y odian todo lo español. Son de los nuestros, no se permiten críticas. Antiguamente, el partido socialista representaba la fraternidad de los pueblos peninsulares olvidados por la historia y el Estado. Hoy, el votante socialista debería cuestionarse qué idea de nación sostiene con su voto. En este retroceso hacia la desigualdad, usando las medidas sociales como tapadera de sus desmanes, Sánchez ha decidido ponerse al servicio de las entelequias minoritarias y los privilegios territoriales.

Ignoro si Sánchez, vampirizado por socios infames y alianzas nocivas, mantiene o no una noción de España. Para hacer lo que quiere necesita mucho más de lo que tiene. Para empezar, una mayoría aplastante. Para terminar, como en los alegres años de la Transición, un consenso masivo. Han pasado tres meses desde las elecciones, parece mentira, y seguimos sin gobierno. Visto lo visto, más vale un gobierno en funciones que uno en funcionamiento. Este, ahora, da miedo. Puro terror político. Con Sánchez gobernando, la noche de Halloween ocurre a la luz del día, todos los días del año.