Rojo

DAVID GISTAU-EL MUNDO

AUNQUE parezca mentira, hay gente que tiene pendiente el descubrimiento de la naturaleza violenta, claustrofóbica y regresiva del nacionalismo, su atmósfera contradictoria con la eclosión de la libertad. Así de difícil resulta retirar las credenciales de fotogenia izquierdista una vez que fueron concedidas. El pertinaz empeño de redimir el matonismo nacionalista, recurriendo a menudo al «Es que van por ahí provocando» de las minifaldas o a la ponzoñosa equiparación entre dos partes idénticas que se tendrían ganas la una a la otra –así de asquerosamente se está interpretando, en los medios de progreso plagados de absentismo moral, el estallido de violencia de esta campaña–, es un automatismo mental que tiene su origen en lo simpático que le pareció a la gauche-divine sacudirse la caspa posfranquista concediendo prestigio a las ideologías más lesivas con la condición de ciudadano libre que quedan en Europa.

No cabe esperar recapacitación. Ni siquiera ahora que ese bloque nacionalista olfatea una gran oportunidad consciente de sí y aliado con la izquierda que ha dislocado el ideal republicano hasta convertirlo en coartada de la antiespaña. No puede haber recapacitación porque la socialdemocracia tiene una necesidad instrumental de atraerse a esas pandillas aunque sea a costa de fingir que no se da cuenta de que, terrorismo aparte, ésta es la campaña más violenta desde las reminiscencias de pistoleros y bateadores de la Transición. Políticos democráticos, filósofos y profesores son agredidos en espacios públicos a los que acuden a hablar y la socialdemocracia busca una manera de culparlos a ellos de lo que les sucede. Para conservar inocente el monstruito necesario que va a meter en Moncloa.

Es una temeridad. Es una irresponsabilidad. Es una ceguera con tal de mantenerse uno aferrado al delicioso sentimiento narcisista de cuando el mundo era un lugar más sencillo en el que bastaba con decirse de izquierdas para sentirse en el lado correcto de la historia. Sigan ustedes aferrados al complejo de superioridad. Sigan haciendo chistes desdeñosos y pedantes con los votantes del reverso tenebroso del maniqueísmo progresista: los «Indeseables» de Hillary. Sigan advirtiendo de Franco mientras ocurren Rentería y Barcelona, mientras Iglesias, futuro vicepresidente, comulga en los aquelarres independentistas. Hagan todo eso y no olviden luego, henchidos de satisfacción, decirse ante el espejo lo mismo que Lastra: «Joder, soy más rojo que mi chupa». A disfrutarlo.