Lo esencial de la trayectoria de Batasuna ha sido su ‘estrategia político-militar’, desarrollada al alimón con ETA, que no es otra cosa que utilizar el terrorismo para sus objetivos. Una ruptura con su pasado exige una autocrítica sobre la violencia cometida, así como la renuncia a capitalizar ese pasado violento mediante una negociación política.
La semana pasada fue la Abogacía del Estado la que impugnó ante los tribunales la inscripción de Sortu en el registro de partidos del Ministerio del Interior y ayer la Fiscalía hizo lo mismo. Uno de los argumentos centrales de ambos recursos es que el nuevo partido representa la continuidad de Batasuna, continuidad que está expresamente prohibida en el artículo 12.b) de la ley de partidos donde se contempla la sucesión fraudulenta de un partido ilegalizado.
Que Sortu ha sido creado y promovido por los dirigentes de Batasuna es algo que nadie niega, ni siquiera ellos mismos. Se han ocupado de realizar la operación de manera visible y con la máxima publicidad posible. Los líderes del partido ilegalizado se han encargado de anunciar cada paso que iban a dar con la nueva formación política, las características que iba a tener o el contenido de los estatutos. Batasuna ha tomado todo el protagonismo y sólo ha cedido a terceros los trámites administrativos de ir al notario y al registro de partidos.
En las filas de la izquierda abertzale se reconoce el protagonismo de sus líderes, pero se alega que no tienen prohibido el ejercicio de sus derechos políticos. El argumento que emplean es que la prohibición de la continuidad de una organización ilegalizada no se refiere a las personas, sino al proyecto político de fondo y a la estrategia para conseguir sus objetivos. Alegan que es en estos aspectos donde se ha producido una quiebra con la línea anterior, la representada históricamente por Batasuna, y que esa quiebra se ha plasmado en los estatutos de Sortu.
Lo esencial de la trayectoria histórica de Batasuna ha sido su vinculación a lo que ellos llamaban «estrategia político-militar», desarrollada al alimón con ETA, estrategia que no es otra cosa que utilizar el terrorismo para alcanzar sus objetivos. Lo fundamental no ha sido su defensa del independentismo o sus convicciones sociales, sino su adhesión a la violencia.
Para considerar, por tanto, que se ha producido una ruptura con su pasado tendría que haber una autocrítica sobre la violencia cometida, un rechazo de los crímenes pasados, de las amenazas e intimidaciones sobre las que se ha sustentado su acción política hasta el día de hoy, así como una renuncia a capitalizar ese pasado violento mediante una negociación política. Eso sí que supondría una quiebra con el proyecto histórico representado por Batasuna y no la promesa de rechazar en el futuro la violencia de ETA «si la hubiere». Para que no haya continuidad política tiene que haber una ruptura expresa con el pasado, no con el futuro.
Florencio Domínguez, EL CORREO, 8/3/2011