Editorial-El Correo
- Es poco probable que la dirigente de ERC facilite la designación de Illa como presidente de la Generalitat antes de regresar a Suiza
El regreso de Marta Rovira, Ruben Wagensberg, Oleguer Serra, Jesús Rodríguez y Josep Campmajó a España es resultado directo del archivo de la ‘causa Tsunami Democràtic’, junto a la ley de amnistía y tras la previa derogación del delito de sedición. Los autoexiliados relatan el final de su peripecia como una victoria épica que ha acabado con la persecución que les obligó a buscar refugio en la neutral Suiza. «Hemos ganado. Esto es una victoria absoluta. Volvemos más convencidos que nunca para acabar el trabajo que dejamos a medias», manifestó ayer la secretaria general de ERC. Rovira fue la dirigente secesionista que en la noche del 26 al 27 de octubre de 2017 más se significó en el Palau de la Generalitat en su empeño para que el entonces presidente, Carles Puigdemont, declarase la independencia con todas sus consecuencias. Es de esperar que no sea esa la tarea que ahora dice haber dejado a medias y que trataría de retomar. Pero sigue sin haber un asomo de autocrítica en quienes, con la amnistía en la mano, creen tener motivos para decirse tratados injustamente. Podrían, por ejemplo, reclamar que no hicieron nada malo y reconocer, al tiempo, que lo hicieron todo mal. La propia situación que atraviesa ERC lo evidencia, con episodios como la retirada de Pere Aragonès después de convocar elecciones anticipadas y dejar a su partido en el 13% del voto; o la vuelta de Oriol Junqueras a ser el militante de base que nunca fue para aspirar de nuevo a la presidencia de los republicanos.
Marta Rovira vuelve por una ruta que evocaría tiempos heroicos para hacerse cargo del vacío, de las divisiones internas y del escándalo de una trama ‘aparatera’ inconcebible, que se cebó con el alzhéimer que Pasqual Maragall declaró padecer ya en octubre de 2007 a fin de desplazar a su hermano Ernest dentro de ERC. Es poco probable que la misión que Rovira crea tener encomendada sea facilitar la designación de Salvador Illa como nuevo presidente de la Generalitat. Ni su trayectoria personal ni el desbarajuste cíclico en el que vive Esquerra permiten pensar que los socialistas de Cataluña y del resto de España puedan ofrecer a los republicanos algo que les reconcilie en la unidad frente al marcaje de Junts y otros grupos aún más aferrados a la ensoñación del 1-O. Más bien cabe pensar que la secretaria general ayer retornada será partícipe de la ceremonia que desemboque en otras autonómicas en octubre, antes de retirarse de nuevo a Ginebra.