Roberto Blanco Valdés, LA VOZ DE GALICIA, 30/11/11
F ue el filósofo alemán Hans Magnus Enzensberger quien, en un artículo memorable publicado hace unos años (Compasión por los políticos), habría de realizar la disección más inteligente que he leído hasta la fecha sobre los vicios de la profesionalización política y los daños irreparables que suele provocar en quienes la practican. Entre ellos, el que Enzensberger describe comparando la política profesional con una nasa: «Tan fácil como resulta entrar en ella, tan escasa es la posibilidad de escaparse. Al que se haya dejado atrapar tiene que parecerle como si solo tuviera una salida: el camino hacia arriba».
Rubalcaba ejemplifica a la perfección esa tragedia de un hombre prendido en una trampa en la que todo lo que no sea seguir le resulta aterrador. Pues solo así cabe entender que tras una desastrosa campaña y una derrota electoral de proporciones gigantescas, Rubalcaba parezca estar peleando como gato panza arriba para hacer lo único que resulta inverosímil a la vista del balance que, como candidato, puede presentar: volver a serlo en el 2015.
No creo, como tantos que solo piensan en el exterminio del PSOE, que Rubalcaba debiera haber hecho la noche de su debacle lo que hizo Almunia tras una derrota muchísimo menor: dar la espantada y dejar al partido a la deriva. Creo, por el contrario, que su responsabilidad era la de facilitar una refundación ordenada del PSOE -pues de eso se trata al fin y al cabo-, pero dejando claro desde el principio que él no repetiría como candidato socialista, pues no puede serlo quien ha conducido a los suyos a una auténtica catástrofe.
Sin embargo, metido en la nasa en la que lleva más de treinta años -nasa de oro, desde luego-, Rubalcaba maniobró desde que fue designado candidato para conseguir lo que ahora se propone: ser el líder del PSOE, aunque sea a costa de retrasar las posibilidades de su partido de convertirse en una alternativa creíble al Gobierno del PP.
Para ello se rodeó el candidato de una guardia pretoriana, tan leal como incapaz; para eso, hizo unas listas, a la medida de sus ambiciones, de las que fue eliminado cualquier posible competidor en el congreso de la derrota que Rubalcaba daba por segura (López Aguilar, por ejemplo, un candidato de primera eliminado de un plumazo precisamente para cerrar esa posibilidad); y para eso, en fin, se ha convocado un congreso a toda prisa, que no tiene la finalidad de favorecer la recuperación del PSOE sino la de asegurar la continuidad de Rubalcaba. De su ciega ambición podría decirse lo que Cervantes escribía de ella cuando anotaba que pocas o ninguna vez se cumple con la ambición que no sea con daño de tercero. En este caso, el tercero son los casi siete millones de votantes que en la jornada del 20-N fue capaz de mantener, sin merecerlos, el Partido Socialista.
Roberto Blanco Valdés, LA VOZ DE GALICIA, 30/11/11