José Antonio Zarzalejos-El Confidencial
Aquí triunfa el estilo cañero de Rufián, posible socio de Sánchez, y no las palabras lúcidas de Javier Cercas o las sensatas y prudentes del Rey
La eficacia de una acción es directamente proporcional a las reacciones que genera. La alocución navideña del Rey procuró el síndrome de los perros de Pávlov, es decir, un reflejo condicionado. Basta que el Jefe del Estado se refiera a la “diversidad territorial que nos define” y a la “unidad que nos da fuerza” para que los independentistas y nacionalistas saliven y deyecten sus acritudes semánticas sobre la Monarquía Parlamentaria que es uno de los elementos básicos e imprescindibles del pacto constitucional de 1978. Solo esa defensa ponderada y entendible de la Constitución en las actuales circunstancias, justificaría —en una España tironeada por los extremismos separatistas— que Felipe VI se dé por satisfecho con el contenido de su discurso de esta Navidad.
Es especialmente relevante, sin embargo, que el jefe parlamentario de ERC, posible socio del futuro Gobierno de Pedro Sánchez, el bien conocido Gabriel Rufián, portavoz de los republicanos en el Congreso, depusiese hasta tres tuits del siguiente tenor. El primero: “Felipe hablando de derechos y libertades y tú con miedo a tuitear #DiscursodelRey” (21.07 horas del día 24 de diciembre); el segundo: “A ver si la Junta Electoral compensa este mitin de Vox. #DiscursodelRey” (21.09 horas del mismo día); y el tercero: “Si no te gusta el #DiscursodelRey pues no le votes más” (21.14 horas del pasado día 24).
La fijación hostil con el Rey de los independentistas y de los nacionalistas, y con la institución de la que es titular Felipe VI, tiene una doble explicación política: por una parte, creen que se trata de la pieza más débil de la arquitectura del Estado (y se confunden); por otra, saben que el monarca puede estar y pasar por desplantes, impertinencias y descaros como los de este campeón en esas actitudes arrabaleras que es Gabriel Rufián, pero que no transigirá en el cumplimiento de la función que le encomienda la Constitución (artículo 56.1) que consiste en ser “el símbolo de la unidad y permanencia” del Estado.
Rufián es un gañán político pero no es tonto y ya sabe —como cuando encogió la camiseta al expresidente de la Generalitat, el hombre de Waterloo— en qué diana se clavan sus dardos que, sobre todo, ridiculizan a sus interlocutores que aparecen pastueños ante su campear tuitero. El Rey, con un discurso inteligente, nos vuelve a hacer un favor que consiste en que con sus palabras pone de manifiesto los perfiles ideológicos insensatos del partido con el que Pedro Sánchez quiere seguir instalado en la Moncloa. Lo interesante es que lo que las autoridades socialistas del Estado no hacen —defender al Rey— lo hacen otros catalanes como Javier Cercas que ante Felipe VI, el pasado día 28 de noviembre, con motivo de la entrega del premio Francisco Cerecedo, pronunció las siguientes palabras:
“Vaya por delante, señor, que soy un votante fiel de partidos de izquierdas, aunque —no sé si me explico— no siempre soy su simpatizante. Vaya por delante, también, que, a mi modo de ver, la Monarquía que usted encarna es una Monarquía republicana; o dicho de otro modo: que es una Monarquía democrática precisamente porque está basada en valores republicanos —la libertad, la igualdad, la fraternidad— y que por lo tanto es, se diga o no, implícita o explícitamente, heredera del último y frustrado experimento democrático español, la II República. Así que, como cualquier ciudadano español con dos dedos de frente, yo sé que nuestro verdadero dilema político no es Monarquía o República, sino mejor o peor democracia (…)”.
Cercas: «Y aquel día usted, señor, nos dijo que no estábamos solos […]. Y que, esta vez, por lo menos esta vez, no pasarían. Y no pasaron»
Y continuó: “sentado lo anterior, quisiera decirle una cosa que, me temo, los catalanes no le hemos dicho con la claridad con que hubiéramos debido decírselo. Quisiera darle las gracias porque el día 3 de octubre de 2017, mientras un grupo de políticos felones intentaba imponernos a la mayoría de nosotros, por las bravas, un proyecto minoritario, inequívocamente antidemocrático y profundamente reaccionario –es decir, mientras esos políticos arremetían contra nuestras libertades e intentaban derogar el Estatut y violar la Constitución, aboliendo el Estado de derecho, usted nos dijo a quiénes nos hallábamos del lado de la legalidad democrática que no estábamos solos. Porque éramos, repito, la mayoría, centenares de miles, millones de catalanes, pero nos sentíamos solos. Y teníamos miedo. Mucho más miedo del que ahora queremos recordar, mucho más del que nos gustaría confesar, mucho más del que ustedes se imaginan. Y aquel día usted, señor, nos dijo que no estábamos solos, y —esto es lo más importante— al decírnoslo usted nos lo dijo el Estado democrático que usted representa. Que no estábamos solos, nos dijo. Que no nos iban a abandonar. Y que, esta vez, por lo menos esta vez, no pasarían. Y no pasaron”.
Los intelectuales de verdad hacen estos discursos que los políticos, como Rufián, no alcanzan y que otros, como Sánchez, se comportan con la impasibilidad de los tres monos sabios (Kikazaru, Mizaru y Iwazarun): el que no ve, el que no oye y el que no habla. Porque entre ese dirigente campeón y machote que es el portavoz parlamentario de ERC y ese otro resistente a la coherencia como es Sánchez, existe una forzada y utilitaria connivencia que resulta inmune a la lucidez de palabras como las de Javier Cercas o a la sensatez de las del Rey. Aquí, quien triunfa es Rufián y su cañero estilo.