A quién se le ocurre que a alguien pueda resultarle atractivo un coche encartelado que recorre las calles con unos megáfonos que vomitan a todo volumen las musicorras de cada formación, que no suelen ser precisamente como una sinfonía de Mahler, y las consignas electorales declamadas con machacona reiteración.
Les comentaba en el primer diario de este impertinente que suscribe, mis dudas y reservas acerca de la utilidad práctica de una campaña electoral. Toda duda al respecto se disipa y se convierte en certeza negativa al tratar de los reclamos auditivos con que se atormenta al transeunte. La murga sonora electoral sirve para todo lo contrario de lo que pretenden sus objetivos y hace que te repela el partido en cuestión que da la tabarra por megafonía. Si era al que pensabas votar, puede que valores castigarlo votando a otro, aunque en puridad sería un agravio comparativo, ya que todos meten ruido.
A quién se le ocurre que a alguien pueda resultarle atractivo un coche encartelado que recorre las calles con unos megáfonos en el techo que vomitan a todo volumen las musicorras de cada formación, que no suelen ser precisamente como una sinfonía de Mahler, y las consignas electorales declamadas por un sufrido militante con cansina mecánica y machacona reiteración. Encima, con distorsión, pitidos, chirridos y ruidos de fondo como de tormenta tropical, ya que estos sistemas de megafonía suelen tener la misma calidad y nitidez que los de un aeropuerto.
Si quisieran hacerlo todavía más desagradable, les regalo la idea de hacer estas estruendosas rondas en vehículos pesados, como el camión de la basura, y marcha atrás. Y ya saben que al meterla, me refiero a la marcha atrás, en este tipo de vehículos suena una especie de sirena de aviso de bombardeo o un claxon que parece el graznido de un pato con la envergadura de un B-52.
Luego están las intervenciones cuerpo a cuerpo, con calor humano; lo peor. El otro día, en la Plaza Nueva de Bilbao, escapé al galope de la mesa de la terraza en la que leía apaciblemente el periódico, al irrumpir una alegre comitiva electoral repartiendo propaganda. Iban en pos de una fornida charanga, numerosa como la muchedumbre, tipo las que atruenan durante toda la espantosa Aste Nagusia, que atacaba con saña y decibelios ensordecedores uno de esos ‘hit parades’ populares con vocación de eternidad: ‘Te ha pillao el carrito del helao’. Fue aterrador, hasta los niños dejaron de jugar y fueron evacuados de la plaza. No diré qué partido utilizaba esta amenización de bombos y turutas por si le resto algún voto con esta delación, pero daré una pista: los militantes más voluntariosos enarbolaban banderas con los colores de la ensalada de lechuga, tomate y cebolleta, que mecían al ‘ritmo’ de la charanga con la misma gracia y armonía que la carga de un león marino.
Juan Bas, EL CORREO, 5/4/2005