Vicente Vallés-El Confidencial
- Vox le ha recompuesto la campaña a Podemos, cuando los morados parecían extenuados por evitar que Mónica García consiguiera el doble de votos que Pablo Iglesias
Una campaña electoral no es el escenario en el que haya una mayor predisposición a la calma, a la reflexión educada o al diálogo respetuoso. No por eso debería ser el abono para amenazas de muerte en sobres con balas o para intentos de lapidación (con adoquines o con tuits). Sin embargo, nos hemos sumergido como sociedad en un mar de arenas movedizas del que es muy difícil escapar.
El tan ultrajado, por algunos, acuerdo de la Transición pretendió convertir a España en un país democrático normal, en el que triunfara la moderación. Pero la tentación que tienen los dos extremos del espectro político de utilizar los años 20 del siglo XXI para devolvernos a los convulsos años 30 del siglo XX —cuando florecían el fascismo y el comunismo— nos empieza a devorar.
Vox surgió como reacción al impulso del independentismo catalán, a la respuesta ‘cobarde’ de Rajoy y al auge de Podemos
Podemos surgió como reacción a los efectos de la crisis económica de 2008 y al agotamiento provocado por la corrupción política que estaba destrozando la buena imagen de la democracia española. Existía un flujo social deseoso de romper lo que había y sustituirlo por otra cosa: terminar con el bipartidismo que encarnaban el PSOE y el PP y llevar a España hacia un nuevo sistema de partidos. La pretensión tuvo éxito en 2015, pero desde entonces ha languidecido conforme se iban celebrando los sucesivos procesos electorales. Precisamente, su aspiración en las elecciones de Madrid es salvar del naufragio ese proyecto que da muestras de agotamiento. La fuga de votos ha sido constante en los últimos años, y perder pie en Madrid —donde nació el movimiento— sería algo muy cercano al final del camino.
Vox surgió como reacción al impulso del independentismo catalán, a la respuesta ‘cobarde’ de Rajoy —cualquier cosa que no sea griterío es cobardía para los partidarios del arrebato— y al auge de Podemos. El crecimiento de un extremo suele provocar el reforzamiento del otro.
Ahora, los dirigentes de Vox ven en el decaimiento de Podemos una advertencia de lo que también les podría ocurrir a ellos a medio plazo: una pérdida de apoyos en favor del reagrupamiento del voto de la derecha en el PP. Porque, en determinados momentos históricos, los extremos entran en efervescencia de la misma manera que el transcurrir del tiempo y los acontecimientos propios de la política pueden derivar en que esas posiciones, tan cargadas de aspavientos y palabras gruesas, deriven en cansancio social. Nada de eso ocurre en cuestión de minutos, sino de años. Pero ocurre.
Ahora, a pesar de su posición en el Gobierno central, Podemos atraviesa una fase de aparente debilidad electoral, y Vox hace difíciles equilibrios en la fina línea que separa su voluntad de consolidación como partido político sistémico del riesgo de fatigar al electorado con tanto empeño en “decir las cosas claras y sin complejos”—los extremistas solo se conceden a sí mismos la patente de decir las cosas con claridad. Como consecuencia, Podemos y Vox han optado por buscarse, en el intento de fortalecerse. Por el camino, se enfangan la política y el buen clima social, se desprestigia a las instituciones, se trata de condicionar a los medios, y se renuevan y amplifican las campañas de acoso y amedrentamiento en las redes sociales.
Podemos y Vox veían pasar los días sin encontrar su lugar en la competición preelectoral. Los sondeos advertían de un progresivo encogimiento de sus posibilidades. Necesitaban ruido y tensión para remover la campaña, como si fuera una de esas pequeñas bolas de cristal que cuando se agitan hacen caer puntitos blancos que semejan copos de nieve.
Podemos, con más experiencia y habilidad en la lidia propagandística, ha puesto un trapo rojo a Vox en el debate de la Cadena SER, y Vox ha embestido como un toro despistado que no se percata del engaño. El resultado es que Vox le ha recompuesto la campaña a Podemos, cuando los morados parecían extenuados sin encontrar la fórmula para evitar que Mónica García consiguiera el doble de votos que Pablo Iglesias, como auguraban los sondeos hasta ayer. Quizá ahora hayan encontrado la fórmula.
Pero, de rebote, Podemos también ha entrado en el juego de Vox, porque nada insufla más combustible al potencial votante de Santiago Abascal y los suyos que un encontronazo con Iglesias. Donde el votante moderado se espanta, el votante extremista se embriaga.
Lo que ocurra en adelante es imprevisible, como imprevisible era lo que ha ocurrido. Sí es evidente que la campaña se ha desviado por un camino distinto al que llevaba. Esa es una buena noticia para los partidos que parecían ir por detrás y una mala noticia para los que se veían ya victoriosos en la Puerta del Sol. Pero este triste espectáculo no ha terminado. Aún faltan nueve días para el 4 de mayo. Una eternidad.