Jon Juaristi-ABC
- Quiero cantar y no puedo/ una rumba catalana/ para despedir un año/ y a la desgracia de España
Salvadorilla nos deja. Dicho así, no es una novedad al cien por cien. Estamos hartos de oír y de repetir desde marzo «ahora Savadorilla no nos deja salir a la calle» o «ahora Salvadorilla nos deja salir a la calle», o «Salvadorilla no nos deja esto» o «Salvadorilla nos deja lo otro».
Pero así, escuetamente «nos deja», sin otro objeto directo que nosotros mismos, no lo habíamos oído nunca. Y no suena nada mal. Suena a cumbia. Como en una verbena de otro tiempo, cuando había verbenas y teníamos el cuerpo para jotas.
Se va el caimán. Se va para Barranquilla. Se va el caimán. Nos deja Salvadorilla. Se va el caimán.
Muchos pensarán que no nos deja suficientemente, que no nos deja como merecía dejarnos, como tantos nos han dejado mientras no nos dejaba ni despedirnos. Pero yo me conformo con que nos deje a secas. Deja, deja…, que se vaya.
Que se vaya para Barranquilla o para las Islas Caimán o para Vilanova i la Geltrú. Total, nunca se irá tan lejos como tendría que irse. La cosa es que nos deje como sea, que nos deje en paz. Es verdad que, con su marcha, los catalanes peligran. Pero, oye, en su mano está, como siempre. Si lo quieren, allá ellos. Sarna con gusto no pica. Acabarán cambiando la sardana por la tarantela en el mejor de los casos. O, en el peor, por el baile de San Vito. Directamente.
Se va Salvadorilla, el rostro compungido del sanchismo. La pena traidora. Rascayú. Quena, charango y bombo.
Se va Salvadorilla. Nos tuvo cien días en arresto domiciliario, total para nada. O sí. Para que entendiéramos las virtudes de la sumisión y de la eutanasia. Con el pretexto de la inmunidad, montó el rebaño. Sicut oviculae ad occisionem.
Montó el rebaño y, a fin de año, ochenta y pico mil muertos españoles por Covid. Cifras de los servicios funerarios. «Todos hemos cometido errores, pero no voy a tolerar». Nos deja Salvadorilla. Quiero cantar y no puedo una rumba catalana. Una lágrima cayó en la arena, una furtiva lacrima negli occhi suoi, yo la quisiera quisiera encontrar.
En lugar de la rumba, me sale una zambra de Léon, Quintero y Quiroga, escrita para Manolo Caracol (y Lola Flores) en aquel año clave de 1947, cuando Europa empezó a salir de la ruina a la que volvemos: «Quien te puso Salvaora/ que poco te conosía./ El que de ti se enamora/ se pierde pa toa la vía».
En fin, qué más dará, cumbia, rumba, zambra, que viva la mezcla de géneros, como quiere el Ministerio de Igualdad. Alegría que no falte, arsa. Salvadorilla nos deja, y, si en algún caso no vale lo de mejor lo malo conocido, es en este. Aunque vuelva Marisilla Carcedo, la anterior, la de «si hay una respuesta más primitiva o más primaria» a la ley de eutanasia, es «porque la ciudadanía la quiere» y «porque hay personas que la necesitan». Aún en esa hipótesis, que es la de lo pésimo conocido, no podría ser peor que la continuidad de la gran filósofa («Lastima que tengas malos pensamientos», que cantaba Caracol).