Julián García Vargas-ABC

  • Si la UE y la OTAN ceden en Ucrania, el siguiente paso de Rusia será contra los débiles bálticos: Estonia, Lituania y Letonia. El ataque podría venir de la frontera terrestre. En retaguardia contarían con Bielorrusia y gobiernos desleales, como el de Hungría

Rusia siempre ha sido un vecino complicado. Desde la Paz de Westfalia y la victoria en Poltava (1709) sobre Suecia, su rival en el Báltico, del Zar Pedro I, su papel en el continente fue ascendente. Con sus victorias sobre el Imperio otomano, Catalina la Grande se apoderó de Crimea y del acceso al mar Negro, logrando su ansiada salida al mar. Su consagración como gran potencia y ‘gendarme’ de Europa se produjo frente a Napoleón, con el Zar Alejandro. Ese estatus se completó con sus conquistas en el Cáucaso y en Asia Central. Dicho ascenso tuvo una pausa con la guerra de Crimea en 1853. A finales del siglo XIX, Rusia intentó reformas internas inspiradas por Occidente; no consolidaron un nacionalismo moderno, aunque alentaron un potente impulso cultural. Tras la derrota frente a Japón y el fracaso de la revolución de 1905, la leninista de 1917 ejerció una influencia decisiva en todo el continente, esta vez en el campo ideológico y no en el geoestratégico. Lo demás, su peso en el siglo XX con la victoria sobre Hitler, es bien conocido. Dio lugar a su dominación sobre toda Europa del Este con el imperio soviético, que se desmoronó sorprendentemente en los años 90. El esfuerzo militar les agotó. Siguieron años de presencia de militares rusos en la sede de la OTAN que resultaba incluso amigable.

Rusia no aceptó sus pérdidas geoestratégicas: sus fronteras han retrocedido a las del siglo XVII. Sus dirigentes, nostálgicos de la URSS, lo viven como una humillación que debe ser revertida, recuperando su estatus imperial de los últimos siglos. Está lejos de ser una potencia regional, como la calificó el entorno de Obama. Su poderío nuclear, que Putin recuerda con frecuencia, y su capacidad para proyectarlo a cualquier punto del globo lo demuestran. Cuenta, además, con una industria militar de alta tecnología, aunque su ‘uso dual’ siga sin tener éxito. Sobre todo rechaza el avance de la OTAN hacia el Este. La incorporación de los países bálticos, por decisión democrática y soberana, es una espina clavada desde 2004. Son estados vulnerables militarmente, con elevada población rusohablante, que Moscú considera fácilmente ‘recuperables’. En principio, le bastaría con dos o tres divisiones en cada uno de ellos.

Para agravarlo, la incorporación a la Alianza de Suecia y Finlandia ha dejado a Rusia en una situación incómoda. Los lectores pueden mirar el mapa del golfo de Finlandia, encajado entre dos países de la OTAN, Estonia y Finlandia, con San Petersburgo en su extremo oriental. Es una situación deshonrosa, pues San Petersburgo, en su imaginario, sigue siendo la heroica ciudad de la II Guerra Mundial y la capital del esplendor zarista.

Moscú quiere sacudirse ese cerco de la OTAN. Por el norte y el sur acentúa las contradicciones occidentales, debilitando la unidad interna de la UE. Por el sur, en el Sahel, y con la organización armada semioficial Wagner, apoya a grupos yihadistas y a mafias locales de la inmigración ilegal, cuestión que siembra discordia entre socios y aliados. También sostiene a los partidos más ultras y antieuropeístas, financieramente, con bulos y propaganda digital.

Por el norte aplica operaciones de tanteo con drones en aeropuertos, violaciones del espacio aéreo y actuaciones contra vías ferroviarias y cables submarinos. Utiliza buques fantasma sin bandera definida, con los que vende su petróleo a pesar de las sanciones. Esas actuaciones las viene ejecutando con la aparente indiferencia de EE.UU., principal soporte de la Alianza, que así debilita su poder disuasorio.

Putin le tiene cogida la medida a Trump. La experiencia de rusos como Lavrov contrasta con la liviandad de Marco Rubio y Witkoff. Todo indica que en Alaska el norteamericano transmitió al ruso que consideraba Ucrania un ‘asunto europeo’, y también su acuerdo para ceder a Rusia parte de su territorio. Desde dicho encuentro, Moscú ha aumentado las provocaciones en los países de la Unión y la presión sobre Ucrania con misiles y munición guiada.

Ahora Trump propone un plan, favorable al Kremlin, que supone la práctica rendición de Occidente, sin participación de Ucrania ni de la UE, a la que aplica el ‘paga y calla’. Incluye una cesión de territorios, aceptando que las fronteras de Europa pueden ser modificadas por la fuerza militar, como ha resaltado la presidenta Von der Leyen. Es la vuelta a la primera mitad del siglo XX. Los líderes de la UE lo han rechazado, intentando negociar cambios en el texto. Han conseguido algunos, pero Putin no los acepta. También anularía las garantías de seguridad dadas a Ucrania en el memorándum de Budapest de 1994 , suscrito por Estados Unidos, Rusia y el Reino Unido y posteriormente por China y Francia. ¿Quién puede confiar en esas garantías en el futuro?

Putin obtendría los territorios tomados por la fuerza, incluso ampliados, que no ha conseguido en cuatro años frente a un país inferior militarmente, con recursos humanos limitados y sin fuerza aérea. Aun así, Kiev ha logrado atacar a la aviación estratégica rusa detrás de los Urales. Los ucranianos combaten por librarse de la dominación de Moscú a pesar del cansancio; sus agresores lo hacen por dinero. Los combatientes rusos no muestran el empuje tan alabado desde Tolstoi a Vasili Grossman.

El plan de Trump concuerda con la política neoimperial de Putin, que persigue integrar a Ucrania en la órbita rusa como miembro de la OTSC y del Estado de la Unión. Por ahora, conseguiría convertirla en un país ‘neutral’, fuera de OTAN y con un gobierno prorruso, como el de Yanukóvich, salido de unas elecciones apresuradas. En el futuro podría mantener un conflicto híbrido hasta desgastar el apoyo europeo. ¿Qué se puede hacer ante el desafío de nuestro vecino? Los autócratas solo responden ante la fuerza y la determinación; desprecian el apaciguamiento. Pero ¿cómo hacerlo sin una defensa europea?

Si la UE y la OTAN ceden en Ucrania, el siguiente paso de Rusia será contra los débiles bálticos: Estonia, Lituania y Letonia. El ataque podría venir de la frontera terrestre. En retaguardia contaría con Bielorrusia y gobiernos desleales, como el de Hungría. ¿Estará la OTAN dispuesta a probar su determinación aplicando el artículo V ante un ataque limitado ruso a una ciudad fronteriza de Estonia? Con Trump en la presidencia es difícil adivinar la reacción. Una probable respuesta indiferente pondría en cuestión el vínculo trasatlántico y la pervivencia de la Alianza, para regocijo de Rusia y de China, el gran beneficiado, a futuro, de ese desenlace.

Una UE a 27, incapaz de aplicar en su defensa la mayoría reforzada, y sin un nuevo Tratado de la Unión que federalice sus ejércitos, está procurando convencer a Washington para que no se someta a Putin. Sin hacerse ilusiones, pone en valor sus esfuerzos financieros y en sanciones a Rusia, incluidas las energéticas. Sobre el terreno puede resistir perfectamente las escaramuzas híbridas de Putin si se aplican objetivos conjuntos en capacidades operativas.

Rusia seguirá estando ahí, como vecino difícil. Con su complicidad con China, su capacidad nuclear, su profundidad estratégica, sus recursos naturales y su sentido del tiempo. Su persistencia contrasta con la inconstancia de nuestras democracias. Es una realidad de largo plazo, con la que, probablemente, seguirán enfrentándose nuestros hijos.

SOBRE EL AUTOR

Julián García Vargas

Fue ministro de Defensa