Jon Juaristi-ABC

  • La mayoría de los españoles saben poco de Rusia y de los rusos, pero la ignorancia no avala la estupidez

En el ‘Prólogo para franceses’, que añadió Ortega a la edición de 1937 de ‘La rebelión de las masas’, se recoge aquella estupenda anécdota del jubileo de Victor Hugo, gloria nacional que agradecía el homenaje que le rendían en el Elíseo los diplomáticos extranjeros con sendos elogios al país de cada uno de ellos. Así, al inglés le saludó, poniendo los ojos en blanco, con un «L’Angleterre, ah, Shakespeare!»; al español, con un «L’Espagne, ah, Cervantes!»; al alemán con el esperable «L’Allemagne, ah, Goethe!». De repente, le presentaron al enviado de Mesopotamia. El viejo poeta vaciló, pero se repuso enseguida y soltó un formidable «La Mésopotamie, ah, l’Humanité!».

Este pasaje orteguiano puede estar en el origen del chiste autocrítico sobre el encuentro de un español y un ruso en el vagón de fumadores del Orient Express. Cuando el español revela al ruso su nacionalidad, este exclama arrobado: «¡España! ¡Cervantes, Velázquez, Goya!». Pero el español, al enterarse de la de su interlocutor, apenas balbucea: «Ah, Rusia, claro… la ensaladilla rusa… el filete ruso… la estepa… ¡los polvorones de Estepa!».

Sospecho que la inmensa mayoría de los españoles saben tanto de los rusos y de Rusia como nuestro paisano del chiste, aunque un poco más de lo que sabían de Ucrania antes de febrero. Por eso sorprende oír continuamente por todas partes que no todos los rusos son como Putin, o que no lo es casi ningún ruso, o que apenas la mitad o un cuarto. En principio, esto es más tranquilizador que aquel infame ¡Rusia es culpable! de 1941 que llevó a varias decenas de miles de muchachos españoles a colaborar -supongamos piadosamente que sin saberlo, aunque sea mucho suponer- con los ejecutores del Holocausto de la bala.

Nunca sabremos exactamente el porcentaje real de rusos que aprueban hoy las matanzas de ucranianos y que comparten con Putin la caracterización de sus vecinos como nazis (tan justa como la de los rusos de 1941 por Serrano Suñer), pero lo cierto es que no debe de ser pequeño. En honor a los justos de la Pentápolis putinesca, que también los habrá, desaprobaría que cayera sobre ellos fuego del cielo. Pero creo, sinceramente, que las televisiones españolas se están excediendo al presentarnos a pobrecitos residentes rusos en, por ejemplo, la Costa del Sol, que se quejan amargamente de la ruina o incluso de las dificultades de sus negocios (inmobiliarios, por ejemplo) para operar con los bancos de la UE.

No puedo compadecer a estos desgraciados. Todos ellos afirman sentirse muy tristes con lo que está pasando y no gustarles nada la guerra que los arruina. Pero todavía estoy por oír a uno sólo de ellos condenar abiertamente a Putin. De manifestarse contra la guerra ante su embajada, solos o en compañía de ucranianos, ya ni hablemos, aunque no les alcanzaría la represión desatada contra el exiguo puñado de héroes que lo hacen en su país (al que les deseo un pronto y definitivo regreso).