EL MUNDO 10/01/15
PEDRO G. CUARTANGO
· La mirada de los otros
UNOS meses antes de ser asesinado por ETA en mayo de 2000 José Luis López de Lacalle me confesó que era consciente de que cada día podía ser el último de su existencia. Recuerdo su cadáver tirado en el suelo y cubierto por una manta con una bolsa en la que llevaba los periódicos. Era un domingo.
Lacalle había sobrevivido a cinco años de cárcel en el franquismo y no había temido por su vida. Pero sabía que los asesinos de ETA le acechaban en las calles de Andoain porque no perdonaban su autoridad moral, el peso insoportable de sus críticas. Por eso, le mataron. Y su recuerdo sigue vivo en este periódico, sobre todo, entre quienes fuimos sus compañeros. Al igual que el de los muy queridos Julio Anguita y Julio Fuentes, muertos en el ejercicio de su oficio en lejanas tierras.
No es extraño que estos días varios portavoces de Bildu-Sortu hayan realizado declaraciones que justifican o relativizan el asesinato de Sthéphane Charbonnier, director de Charlie Hebdo, y de los periodistas y trabajadores de este semanario. Es coherente con su pasado, con su tolerancia al crimen, con su indiferencia hacia el tiro en la nuca. Todavía no les he escuchado pedir perdón por la acción de los dos pistoleros de ETA que quitaron la vida a López de Lacalle.
Y digo que es coherente que quienes exaltaron las acciones de la banda no condenen ahora el brutal atentado de París porque ambos crímenes tiene la misma causa: la voluntad de imponer una idea política a través del terror. Eso es lo esencial: la renuncia a la palabra y el recurso al asesinato como medio para lograr un fin.
Al igual que López de Lacalle, Charbonnier sabía que tenía muchas posibilidades de morir y, por eso, decía que no quería tener hijos. «No somos provocadores, es la mirada de los otros la que nos coloca como objetivos», declaró. Justamente se trata de eso, de la mirada. De quien mira y se siente atacado por un dibujo, de quien confunde una caricatura con la peste, de quien no tolera las opiniones de los demás. En suma, de una forma de ver el mundo en la que el infierno son los otros.
Como he escrito hasta la saciedad, uno es lo que elige ser. Esa es la mejor definición de libertad que conozco. Porque no podemos ser lo que dicta la religión, lo que nos impone la autoridad, o lo que establece la normalidad sino aquello que queremos ser.
El problema del integrismo islámico, igual que el de la izquierda abertzale o de cualquier otro totalitarismo, es que pretende que los hombres se ajusten a un molde que ellos han predefinido, que acepten por la fuerza unos valores que consideran superiores a los demás. Para ellos, la conciencia tiene que ser aniquilada por la fe. Pero no saben que siempre habrá seres libres, que jamás se plegarán a esta barbarie que se mancha las manos de sangre para imponer su tiranía.