JON JUARISTI-ABC

  • Sabatina (DLE): 3. Lección compuesta de todas las de la semana, que los estudiantes solían dar el sábado

Hay en el Evangelio de Lucas, en los capítulos 16 y 18, sendas parábolas que a la Iglesia le ha sido incómodo explicar, pues sus protagonistas son tipos inmundos cuyos comportamientos no solo vulneran la ley divina, sino que habrían tenido problemas con la humana en cualquier país dotado de un mínimo orden jurídico (no hablo exclusivamente de Estados de derecho). Entre una y otra parábola se interpone una tercera que es una bendición para el exégeta, la del rico Epulón y el pobre Lázaro, una de esas narraciones evangélicas que les chiflan a la Pirada y a las belarras, y de las que sacan consecuencias deletéreas para la banca. Hasta un monaguillo se luciría al interpretarla, no digamos Echenique.

Pero las otras dos son un engorro. La primera habla del mayordomo infiel. Bueno, en realidad la palabra ‘infiel’ no aparece en el original. En griego y en latín se utilizan dos genitivos: ‘adikías’ e ‘iniquitatis’, respectivamente. ‘Adikías’ valdría por ‘de injusticia’ y ‘iniquitatis’ por ‘de maldad’. En la Grecia pagana, ‘Adikía’ era una personificación de la injusticia: el demonio opuesto a la diosa Diké. A su vez ‘iniquitas’, en la Biblia, equivale a «injusticia en grado sumo». El mayordomo infiel (o astuto, según alguna sorprendente versión eufemística) estafa a su señor condonando las deudas de los prestatarios de éste. El juez del capítulo 18 es un juez que «ni temía a Dios ni respetaba a hombre». La mayoría de las versiones españolas coinciden en denominarlo «juez inicuo» o, cuando menos, «juez injusto».

Pues bien: lo pasmoso es que el texto evangélico parece elevar a ambos, mayordomo y juez, a paradigmas para el cristiano. El amo del primero, cuando se entera de que este le ha estafado, lo elogia «porque había obrado sagazmente, ya que los hijos de este siglo son más sagaces que los hijos de la Luz». En cuanto al juez, se le compara explícitamente con Dios, porque, por una sola vez en su vida, acaba por sentenciar con justicia a favor de una pobre viuda que le da la tabarra.

Hay que pensar sobre ello, en este tiempo de condonaciones de deudas y prevaricaciones de toda laya. Jesús saca esta conclusión de la parábola: «Yo también os digo: granjeaos amigos con el dinero de la iniquidad, para que, cuando falte, os reciban en las moradas eternas». Al dinero, el texto griego lo llama ‘mamoona’ y el latino ‘mammona’, plurales de Mammón, dios o ‘baal’ fenicio del comercio al que se le sacrificaban niños. En Mateo, 6, 30, Jesús dice, de forma muy tajante, «no podéis servir a Dios y a Mammón», rebajándolo así a la condición de demonio de la avaricia. El contraste de este pasaje con las parábolas de Lucas ilumina, a mi juicio, el carácter irónico de estas últimas y de la alusión a las «moradas eternas», es decir, a ese sitio donde los mamones las van a pasar moradas por toda la eternidad. Hasta luego, Lucas.