Juan Pablo Colmenarejo-Vozpópuli
Menos mensaje de laboratorio y más política de altura, como aquellos Pactos de la Moncloa. No pasa nada por copiar
Como recordaba aquí, en Vozpopuli, Agustín Valladolid -tal y como nos llamaba la atención sobre ello una de estas mañanas en la radio, en la tertulia matinal de Onda Madrid– se nos esta yendo “la mejor generación viva de este país”. No les vemos -alguien debería explicar cómo de intencionada es la ausencia de imágenes a diferencia de otras catástrofes- se van, nadie llora cerca sino a lo lejos, con la frustración de la reclusión que impide el duelo, la compañía y la oración en al adiós para quienes creen, somos unos cuantos, que la muerte no es el final. Los números del pasmo: ocho de cada diez fallecidos son mayores de 70 años.
El coronavirus está diezmando a los nacidos antes de 1950, a las generaciones de la posguerra, crecidos en la dictadura, llegaron a la transición a la democracia como adultos de estreno y en la reciente crisis del euro pusieron sus pensiones y ahorros para sostener a sus familias, muchas de ellas zarandeadas por el paro o la reducción salarial que angustió los finales de mes. Los abuelos, los mayores, o sí, los viejos se están llevando la peor parte después de haber pasado del blanco y negro al color, de jugar a las tabas en la calle a darle con el dedo a la tableta inteligente que permite ver y hablar con los nietos. Sus proezas no se olvidan. He de rectificar, ya no se trata de repetir «cuando salgamos de ésta» una y otra vez como ejercicio de autoayuda, sino que me paso al lado de los que insisten que lo importante es cómo lo haremos. Nunca vamos a poder decir que salimos bien salvo que se obvie también al número de fallecidos, una estadística tan fría como una incineración por turno -así esta sucediendo- cualquier madrugada en los crematorios colapsados.
“La mejor generación viva de este país” participó en el pacto del recuerdo de la Transición y en la construcción de la tercera España que nos ha traído hasta aquí
España es un drama. Sabemos que en otros países como Italia es muy parecido. Aquí nos hemos dedicado con muchas energías en los últimos años a no tener un proyecto común que regenere lo hecho, sino a tratar de darle la vuelta al éxito que supuso la reconciliación nacional en la que participaron muchos de los están muriendo en hospitales y residencias de ancianos. Todos escucharon en sus casas lo que había ocurrido durante la Guerra Civil. Cada uno tenia su relato boca a boca de lo sucedido a sus padres, abuelos, e incluso a ellos mismos cuando eran niños. Sea como fuere, “la mejor generación viva de este país” participó en el pacto del recuerdo de la Transición y en la construcción de la tercera España que nos ha traído hasta aquí. Con sus defectos y sus virtudes pero haciendo camino al andar, mirando hacia atrás sin ira.
El cómo salir de ésta se va a convertir en un reto nacional en el que, políticamente hablando, o se cede o se cede. El rumbo que lleva el actual Gobierno no es el del consenso sino el de la identificación de culpables ante la dificultad para acertar con las soluciones. Ni se cuenta con la oposición, especialmente el PP que ha gobernado 15 años, ni con las empresas de todo tipo, incluidas las unipersonales, sin las que no es posible reconstruir la economía nacional. La hibernación es un producto de la mercadotecnia, no de la política. La economía se para, no se duerme en frío. Necesitamos a la Política con mayúsculas para que nos ampare, no tanto con el poder, sino con la autoridad moral de quien tiene el mando, la responsabilidad y se somete con escrupuloso respeto al control democrático del parlamento y de la opinión publicada. Menos filtros y más respuestas claras.
El primer ministro de Italia, Guiseppe Conte, un tecnócrata de toda la vida, es un ejemplo. Se dirige a los italianos como adultos, y de forma breve y concisa explica el drama. Dicen en Italia que su aceptación ha subido como la espuma. Los ciudadanos reconocen a quien les dice la verdad y no la camuflan. España necesita que el Gobierno se deje y escuche, pero para eso hay que tener la misma altura de miras que todos aquellos que a finales de los setenta hicieron tantos pactos como días tenía el año. Los dirigentes pensaron en el futuro arreglando con generosidad su presente. Encontraron el cómo salir entre todos. Hay constancia, incluso gráfica, de todo aquello. Menos mensaje de laboratorio y más política de altura como aquellos Pactos de la Moncloa. No pasa nada por copiar. Pero si lo que se pone por delante es aprovechar la crisis para cambiar de sistema económico y político dando un meneo bolivariano a la situación tenemos, otro problema grave a la vista. De Sánchez depende el cómo aunque tal vez ya esté superado por el acontecimiento y por su vicepresidente segundo.