Joseba Arregi-El Correo
- La sociedad vasca en su mayoría quiere conocer para no tener que conocer, para olvidar, para ocultar, para conseguir impunidad frente a lo sucedido y deshacerse de la responsabilidad
Recientemente ha muerto la escritora y premio Nobel Tony Morrison. En sus obras he encontrado la frase siguiente: «Life is a gift of God, death is a gift of life» -la vida es un regalo de Dios, la muerte es un regalo de la vida-. Hermosa forma de afirmar la pertenencia mutua de la vida y la muerte, hasta el punto de que para ella ni la vida puede ser entendida sin la muerte, ni la muerte sin la vida. Forman una unidad consustancial, aunque en algunas formas de entender la eutanasia parece que se quiere conceder a la vida la victoria definitiva sobre la muerte dotando a la vida del poder soberano de decisión sobre el cómo, el cuándo y la forma de la muerte, arrebatándole a esta su carácter de incertidumbre, de quiebra de la vida, quiebra sin la que la vida es incomprensible.
También escribe la escritora laureada algo que puede ayudar mucho a entender el significado profundo de la esclavitud. A uno de los personajes de su novela ‘Beloved’ le hace decir a la protagonista que mata a su hija para que no caiga en manos de su anterior poseedor: «Es que los negros no tenemos derecho a amar tanto, solo podemos querer un poco, no más». Le reprocha a la protagonista amar como aman los blancos, hasta el fondo, hasta el final.
Cada vez que vuelvo a leer este reproche que pone de manifiesto la miseria más profunda de la esclavitud, la prohibición de amar hasta el final, me viene a la memoria la imagen en la que Walter Benjamín resume su idea de la historia universal. El filósofo judío la compara a un ángel que camina hacia el futuro, pero de espaldas de forma que ve toda la tragedia en la que consiste la historia humana desde su inicio, un cúmulo de sufrimiento, sangre, dolor, miseria, infelicidad, esclavitud.
Y con esta imagen tan poderosa de Benjamin me vienen a la memoria frases como la de Wittgenstein que dice que de aquello sobre lo que no se puede hablar -siguiendo las reglas de la lógica- hay que callar, frase que muchos han interpretado como una afirmación definitiva de ateísmo sin tener en cuenta que en sus diarios secretos muchas entradas terminan con las palabras del Wittgenstein voluntario en la Primera Guerra Mundial luchando en el frente oriental «Señor, hágase tu voluntad», o donde se puede encontrar la frase de que el cristianismo es la única solución. Parece que Wittgenstein era capaz de hablar en un lenguaje no sujeto a las reglas de la lógica matemática.
En una novela policíaca de Benjamin Black -seudónimo de John Banville-, se pueden leer las siguientes palabras. Hablando el protagonista con su amante le dice que ha descubierto quiénes eran sus padres. Dice el protagonista: «He caído en la cuenta de quiénes eran mis padres». «¿Has caído?», le pregunta su amante. Quirke, el protagonista, le responde: «Lo he aceptado. Creo que lo sabía desde hace mucho tiempo -sonrió-: ¿No es raro cómo puedes saber algo y no saberlo al mismo tiempo?» Evelyn le responde: «No es tan raro, les sucede a muchas personas… A países enteros».
Es como para pensarlo detenidamente: países enteros, sociedades enteras que saben y no saben al mismo tiempo lo que les ha sucedido, saben y no saben cuál es su historia, qué es lo que les sigue sucediendo sumidos como están en ese saber que es un no saber. ¿No será algo de eso lo que estará sucediendo en la sociedad vasca en estos momentos en los que tanto se habla del, de los relatos? Muchas veces se impone la impresión de que la sociedad vasca en su mayoría quiere saber para no tener que saber, quiere saber para olvidar, para ocultar, para conseguir impunidad frente a lo sucedido, para deshacerse de la responsabilidad en lo que ha sucedido. Saber y no saber, saber para no saber, seguir viviendo en la inconsciencia total, y hablar permanentemente del futuro que se va a construir sobre ese saber/no saber, la forma perfecta de desconocer lo que ha sucedido y no asumir responsabilidad alguna. Está en los evangelios que nadie lee ya: es como construir una casa sobre arena…
Aunque quizá no tiene nada que ver con lo anterior, en los últimos tiempos me viene a la memoria una frase de esas que quedan fijadas en ella porque son recuerdos de niñez, de la mesa familiar en la cocina en la que escuché muchas veces de boca de mi padre la frase que él atribuía a Concepción Arenal -la reformadora de las prisiones en España- y que creo que es cierta: «Odia al delito, pero no al delincuente». Mi padre creía que repetía algo muy importante y trataba de inculcarnos la idea. Y pienso cuántas veces se dice hoy en día lo que hemos avanzado en la conquista de derechos humanos, cuánto más liberales y progresistas somos hoy que antaño. Y se me antoja que según en qué asuntos aún no hemos llegado al nivel de la generación de mi padre. Hoy nos mandan los que gestionan las nuevas ortodoxias a odiar el delito y al delincuente, especialmente si se trata de delitos de los llamados de ‘género’ o machistas, si se trata de violaciones en grupo. Es preciso, para estar de acuerdo con lo que manda la ortodoxia, odiar ferozmente más que al delito al delincuente, mandato cuyo cumplimento es condición necesaria para ser tenido como feminista y progresista.
Y ya que estos días en los que escribo estas líneas ya ha empezado la Liga, también me viene a la memoria lo que me dijo un sacerdote estando él, yo y un hijo mío esperando ser atendidos en un ambulatorio de San Sebastián hace muchos años: pregúntale a tu tío, también sacerdote, quien siempre nos decía que Franco utilizaba el fútbol para mantenernos en la idiotez política, a ver quién es -Franco ya había muerto para entonces- el que tiene hoy tanto interés en el fútbol y para qué.
Si este sacerdote, que ya habrá muerto, supiera que dentro de poco, cuando comiencen todas las competiciones europeas además de la Liga, no habrá día de la semana libre de fútbol, por mucho que lo intente el presidente de Federación Española de Fútbo, Luis Rubiales. ¿Y si el impasse político resultado del voto de los ciudadanos y de la incapacidad de los políticos fuera el fruto de tanto fútbol?