MANUEL TRIGO CHACÓN – EL MUNDO – 01/07/17
· El autor sostiene que la nación es sólo una ficción jurídica y conceptos como plurinacionalidad sólo añaden confusión al debate. El futuro pasa por una unión supranacional basada en Europa.
La pregunta formulada por Patxi López a Pedro Sánchez en el tenso debate de las primarias del PSOE ha sido desde luego lo más interesante y difícil de contestar para Sánchez, quien basa toda su palabrería en tópicos carentes de convicción. Efectivamente, el contestar acertadamente sobre la idea que se tiene de lo que es una nación no es fácil, porque es un término de fundamentación filosófica relativamente reciente, que es manejado de forma equívoca por grupos sociales autodenominados naciones o nacionalidades, que aprovechan su ambigua terminología y significado para tratar de conseguir la consideración de Estados. Podemos afirmar que fue en Westfalia en 1648, en los albores de la Edad Moderna, donde se consagró la categoría de Reinos o Estados con plena soberanía. La unión hace la fuerza y la aparición del Estado hizo que esa institución fuese integradora de pueblos, culturas, tradiciones, leyes y costumbres, de los grupos sociales que los integraban.
¿Dónde está o qué se entiende entonces por nación? La pregunta bien formulada desconcertó a Sánchez, que no supo que contestar y vagamente se refirió a «nación de naciones». En nuestra opinión la nación no ha existido nada más que en la mente de los filósofos y juristas de los siglos XVIII y XIX, que inventaron esta ficción jurídica. Fue el jurista inglés Jeremías Bentham quién introdujo la denominación international law, para referirse a lo que comúnmente se conocía en el mundo jurídico de la época como Derecho de Gentes o Ius Gentium. En Alemania, dónde la precisión de su lengua muestra el vigor de un pueblo, se le siguió y se le sigue denominando Völkerrecht.
Cuando a la denominación inglesa, introducida por Bentham, se le sumó el revolucionario principio de las nacionalidades, adquirió mayor fuerza la denominación , que convergió también con la concepción clásica de la soberanía del Estado desarrollada por el francés Bodino. Estos principios produjeron una mezcla de ideas y conceptos jurídicos de confusa comprensión, que dieron lugar al equívoco concepto de nación, que solo tuvo acogida entre grupos sociales que perseguían la independencia, como era el caso de territorios bajo dominación colonial.
La nación en realidad no existe. Es simplemente una ficción jurídica que desafortunadamente se ha ido manteniendo a lo largo del siglo XIX y el XX. A ello ha contribuido en parte la Carta de Naciones Unidas, nombre acordado por Churchill y Roosevelt en 1941, en su reunión en un lugar del Atlántico, a bordo de un buque de guerra cuando Inglaterra estaba siendo terriblemente acosada por Alemania. El preámbulo de la Carta de la ONU comienza diciendo: «Nosotros los pueblos de las Naciones Unidas». Pero, sin embargo, no hay a lo largo de sus 111 artículos la menor mención a nación ni nacionalidades y en el articulo 1º claramente se afirma y reitera que son miembros los Estados.
En los últimos 40 años autores de la escuela norteamericana, como W. Jenks, que fue juez del Tribunal de La Haya, seguido de otros tratadistas norteamericanos, así como también del jurista japonés Kotaro Tanaka, han explicado acertadamente que hoy día, por encima del derecho interno de cada Estado, solo hay un Derecho Común de la Humanidad, que es de la misma naturaleza que el Derecho de Gentes y cuyos principales sujetos son los Estados soberanos. La equívoca denominación de nación es solo mantenida por pueblos o grupos sociales que no tienen propiamente soberanía. Es necesario considerar también que el principio de las nacionalidades del siglo XIX tuvo un significado integrador. Este movimiento ideológico liderado por el napolitano Manzini motivó, entre otras causas las unificaciones de Italia y de Alemania, en 1870 y 1871.
En España esta confusión se acrecienta enormemente y se comprende que para salir de la misma, Sánchez recurra a denominaciones como la de Nación Cultural y a España como Nación de Naciones, o Estado Plurinacional que en su propia esencia resultan un contrasentido. En definitiva, lo único que pretende es conseguir un puñado de votos independentistas como sea. La confusión se acrecienta cuando tratamos de distinguir entre pueblo y nación, expresión esta última que no aparece en el articulado de la Carta de NU. ¿Cuál es la diferencia entre nación y pueblo? En nuestra opinión, donde se dice nación debería decirse más acertadamente pueblo.
En esta dicotomía es curioso resaltar cómo los independentistas catalanes se refieren siempre a la nación catalana y dicen «somos una nación», que es una invención reciente. Por el contrario, los dirigentes políticos vascos , se refieren siempre a Euskadi como «este país, este pueblo». El pueblo vasco. Eso sí, en ambos casos tienen una confusa y ambigua idea de independencia y de reclamar la soberanía plena al Estado Español.
Pero, ¿es previsible una desintegración del Estado Español, con esa confusa idea de Estado Federal y plurinacional, como proclama Sánchez? A esta pregunta no saben responder con claridad los candidatos de la izquierda en España. La realidad es que no, pues salvo casos excepcionales de uniones que nunca permanecieron integradas más de una generación, no se han dado estas fragmentaciones. Así los casos de Yugoslavia, de Checoslovaquia o de la Unión Soviética, que han tenido lugar en el siglo XX, se han originado por no haber tenido una larga trayectoria histórica común.
En el caso de España, está vertebrado y descentralizado el Estado, constitucionalmente y con una integración en Europa que hace imposible cualquier intento de secesión. Y es que España es una integración de pueblos, con raíces históricas diversas, que proporcionan la unión social, económica y política, a un tronco común. Y esa idea de integración es la que debe permanecer y mantenerse en base al Derecho Común de la Humanidad. El futuro será de una unión supranacional basada en el Derecho, es decir Europa, que deberá recibir, para lograrlo, parte de la soberanía propia de sus Estados miembros. Y en definitiva será la Europa de los pueblos, pero nunca plurinacional, como pretende llamarla Sánchez, con esa denominación que es un contrasentido, difícil de explicar y de mantener, como hemos expuesto desde la aparición del término en el siglo XIX.
Manuel Trigo Chacón es doctor en Derecho y Relaciones Internacionales.