Jon Juaristi-ABC
- Se nos viene encima un otoño de consejos de sabios (y de expertos)
Lo que la izquierda entiende por memoria histórica o memoria democrática -es decir, la sustitución de los hechos por la mentira sectaria prefabricada- queda perfectamente ilustrado por las declaraciones de Juan Carlos Monedero ante la entrada de los talibanes en Kabul. Sostiene dicho membrillo que Bush hijo (¿y por qué no el padre, puestos a ello?), Aznar, Blair y Durao Barroso deberían ser juzgados por su criminal conducta en el encuentro de las Azores (2003), donde fraguaron la agresión contra Afganistán, causa primera de las no menos sangrientas y previsibles consecuencias de la vuelta al poder de la banda islamista.
La izquierda posee una estrategia de la invención del pasado según sus necesidades políticas que exige cierta dedicación, y por eso suelen encargar la tarea a dudosos historiadores profesionales, más o menos vinculados a las universidades públicas, que presumen de sabios, pero dan también cancha a vagos egregios como Monedero. Este, como recordarán ustedes, mezclaba la Noche de San Bartolomé con Carlos I de Inglaterra, pero es que entre oreja y oreja tiene poco más que un dispositivo de corta y pega. Le suenan cosas y las empalma como le apetece. Total, intuye (y no se equivoca) que su público natural está compuesto por gentuza mucho más perezosa que él mismo. Tira de los que parecen ser ya, a estas alturas, los únicos motores morales del socialismo (aunque quizá lo hayan sido siempre, pero antes lo disimulaban un poco más): la envidia, el resentimiento y el rencor. Qué importa la verdad histórica a los que sólo quieren las llaves del coche y la piscina del jefe.
La guerra de Afganistán empezó en 2001, cuando el ejército estadounidense invadió el país inmediatamente después del atentado contra el World Trade Center de Nueva York, que se había preparado en suelo afgano, allí donde Al Qaida entrenaba a sus terroristas al amparo del gobierno talibán (como volverá a hacerlo en las próximas semanas, si no ha comenzado ya, que es lo más probable). La OTAN intervino en apoyo de los Estados Unidos en 2002, siendo entonces su secretario general el británico George Robertson, que había sucedido a Javier Solana. Los estatutos de la Alianza contienen, como es lógico, la obligación de los Estados miembros de apoyar a cualquiera de ellos que haya sido atacado en su territorio, como era el caso. ¿Qué tiene que ver todo esto con la reunión de las Azores, dos años después, entre Bush, Blair y Aznar?
Claro que, si por Monedero fuera, los talibanes podrían haber seguido lapidando afganas y Al Qaida matando americanos o españoles. Ahora, al parecer, los aguerridos terroristas afganos están pendientes de lo que decida un consejo de sabios para saber si pueden ponerse cuanto antes a apedrear hasta la muerte a las valientes chicas que rechazan el burka. Por cierto, ¿cuántos consejos de sabios y de expertos han montado los gobiernos socialistas en lo que va de siglo?