La conmoción por el repentino fallecimiento de Rita Barberá provocó ayer en el PP un trauma general que hizo aflorar dudas sobre si actuaron correctamente con ella o la dirección del partido se equivocó exigiéndole su marcha. Un descenso a los infiernos provocado por el dolor que ha producido su muerte, que les llevó a pedir en voz alta una «reflexión» sobre si la ex alcaldesa de Valencia recibió el trato que merecía de su propio partido, del resto de formaciones políticas y de los medios de comunicación.
Una bajada al oscuro sótano de la búsqueda de responsabilidades, que se inició nada más conocerse su muerte en el hotel Villa Real de Madrid, a escasos metros del Congreso de los Diputados, como consecuencia de un infarto. El PP vincula directamente las circunstancias de su fallecimiento con la presión a la que estuvo sometida en los últimos meses. Y la familia, que ha vetado la presencia de representantes políticos en el funeral, también.
La despedida de Barberá se realizará en el Cementerio de Valencia esta tarde en la más estricta intimidad. Una ceremonia familiar que desentona con la enorme figura política que fue. Alcaldesa de Valencia durante 24 años, su potencia electoral cimentó las victorias del PP en la Comunidad Valenciana. Amiga personal de Mariano Rajoy, su trayectoria política terminó de la peor manera imaginable: obligada a dejar el PP, tras militar 40 años, cuando el Tribunal Supremo confirmó la investigación contra ella por el presunto blanqueo de dinero para financiar su última campaña electoral.
Abandonada por el partido, Barberá decidió permanecer en su escaño en el Senado y pasar al Grupo Mixto. Ella se sintió siempre objeto de una persecución. Primero de la oposición, que impulsó algunas investigaciones contra ella. Y después de sus propios compañeros. Esta sensación de soledad, de ser una apestada para los suyos, le provocó un profundo abatimiento que se hizo visible en un rápido deterioro físico.
Fuentes cercanas a la familia confirmaron ayer que el funeral no será público para evitar que acudan aquellos que «no se portaron bien con ella». En esta denominación no se incluye al presidente del Gobierno, que sí asistirá.
La reflexión sobre el comportamiento con Rita se instaló ayer en el partido. Francisco Camps, ex presidente de la Generalitat, recordó que él la defendió cuando «todos» la acusaban. El ex presidente del Gobierno José María Aznar lamentó en un comunicado que «haya muerto habiendo sido excluida del partido al que dedicó su vida». El portavoz del PP en el Congreso, Rafael Hernando, aseguró que no quería hacer «responsable» a nadie, pero, dijo, «es bueno que todos hagamos una profunda reflexión y, especialmente, sobre las exageraciones a las que llevamos a veces las acusaciones políticas». La presidenta de PP catalán y secretaria primera de la Mesa del Parlamento, Alicia Sánchez-Camacho, instó a que «todos», políticos, medios de comunicación y la sociedad en general, hagan una reflexión «serena» sobre los límites para garantizar la presunción de inocencia. La diputada del PP por Málaga Celia Villalobos reclamó esta misma reflexión, también a su formación, y dijo haber sentido «en el alma» que se aplicasen a Barberá las normas del partido. Hasta el ministro de Justicia, Rafael Catalá, apuntó que «cada uno tendrá sobre su conciencia lo que ha hecho y ha dicho» de la ex alcaldesa, «las barbaridades que se le han atribuido sin ninguna prueba y justificación», a pesar de la causa abierta contra ella.
El impacto de la muerte heló al PP y resultó imposible transmitir una posición unánime, a pesar de que el partido se pronunció oficialmente a través de un comunicado, en el que expresó «su más profundo dolor», y de las emocionadas declaraciones de Rajoy. El presidente, que ayer se sometía a su primera sesión de control en el Congreso esta legislatura, afirmó estar «enormemente apenado» y desveló que había hablado con ella hace unos días, antes de la declaración de Barberá en el Supremo. Su revelación constata que seguían en contacto, pese a que Rajoy no le llamó para pedirle directamente que dejara el PP cuando el 14 de noviembre se decidió que no podía seguir un minuto más en el partido.
Fuentes populares constatan que hablaron más de una vez en las últimas semanas y aunque admiten que ya no lo hacían con la asiduidad de antes, mantenían la relación de amistad. De hecho, el afecto que Rajoy sentía por Barberá la blindó en su cargo hasta que no hubo más salida. El presidente y la secretaria general del PP, María Dolores de Cospedal, la protegieron siempre, pero la imagen del partido sufría un intenso desgaste cada vez que había nuevas noticias de la investigación en Valencia o que Barberá comparecía públicamente. Fue un durísimo tira y floja en el que se pusieron de manifiesto dos maneras distintas de entender la política en el PP y que acabó con la ex alcaldesa en el Grupo Mixto.
La exigencia de responsabilidades políticas desde el momento en que todo su grupo municipal resultó imputado fue prácticamente unánime en el partido. Aun así, gracias a Rajoy y a Cospedal se mantuvo en el cargo. Esta decisión provocó el rechazo de dos de los vicesecretarios más jóvenes, Javier Maroto y Pablo Casado, que pusieron voz a lo que mucha gente pensaba en el PP. El choque se repitió después, con su salida a medias del partido, renunciando al carné pero no al escaño en el Senado. A pesar del estupor general, la marcha de Barberá al Grupo Mixto devolvió la calma al PP. Ante cualquier nueva vicisitud ya podían contestar que la ex alcaldesa ya no militaba en el PP. El partido se impuso a la persona y a su figura histórica.
Ayer sucedió al revés. El PP rindió homenaje a Barberá a costa de plantearse si realmente lo hizo bien. Un debate alimentado por cierto sentimiento general de culpa que está por ver si tiene consecuencias sobre otras decisiones en el futuro.
La ex alcaldesa nunca fue una cualquiera. Antes del caso Taula ya se comentaba en el PP que no había sabido irse a tiempo e, iniciada la investigación judicial, amigos y menos amigos intentaron persuadirla de que se apartara para no estar sometida a tanta presión. Ella se negó y eligió irse al Grupo Mixto con el propósito de volver y callar a quienes la habían criticado si el Supremo archivaba su causa. Abandonar, decía, era admitir que había hecho algo mal. Y por ahí no pasó. En el PP decían que se equivocaba, que lo mejor para ella habría sido su retirada del foco público. Pero ayer, hasta quienes defendieron que debió irse la lloraron en silencio.
VOCES CRÍTICAS EN EL PARTIDO
José María Aznar.
El ex presidente del Gobierno lamentó «que haya muerto habiendo sido excluida del partido al que dedicó su vida» y antes de ver «archivada» la causa abierta contra ella.
Rafael Hernando.
El portavoz del PP en el Congreso consideró ayer que Barberá sufrió un «linchamiento» político y mediático. «Ha sido vilipendiada. Todos tenemos que reflexionar sobre nuestras acciones», afirmó.
Rafael Catalá.
El ministro de Justicia lamentó «tanta crítica injustificada» hacia la ex alcaldesa. «Tenemos que tener claro que la presunción de inocencia es un pilar de la democracia», dijo.
Celia Villalobos.
«Los partidos y los medios de comunicación tenemos que analizar cuáles son los límites de determinadas cosas», dijo ayer la diputada del PP por Málaga.
Jesús Posada.
«Ha sufrido una cacería injustificada. Lo siento mucho, es una situación tristísima. Lo siento de verdad», expresó el ex presidente de la Cámara Baja.
Alicia Sánchez-Camacho.
La presidenta del PP catalán afirmó que «no se puede culpar a una persona cuando los tribunales no se han manifestado». «Rita Barberá no se merecía este final», lamentó.