Miquel Giménez-Vozpópuli

Lo sucedido este martes en lo que debería ser Cámara de Representación Nacional y no el Patio de Monipodio quedará en los anales del parlamentarismo como el ejercicio más brutal de sumisión por parte de un presidente ante una fuerza de nimia importancia nacional, a excepción de que sus siete diputados le son precisos al mismo para subsistir en el cargo. Nunca habíamos asistido a una demostración de tamaña chulería y voluntad de humillación a un Gobierno que se presta a que le azoten, lo denigren, lo vapuleen en publico y, por decirlo con todas las letras, se le miccione encima. A Miriam Nogueras solo le faltó enseñarle el zapato a Sánchez y decirle “Chúpame la punta y lámeme la suela”. Sin prejuzgar lo que hubiese dicho el aludido, lo cierto es que eso y no otra cosa es lo que ha venido haciendo metafóricamente desde el indulto a los presos golpistas hasta hoy.

Sánchez ha recibido una completa humillación a todos los efectos y la única suerte que tiene es que en este país ya nadie se escandaliza de nada y tampoco existen tantos medios que tengan el coraje y la independencia para señalar lo bochornoso de la escena. Si esto le hubiese pasado a un presidente de derechas las burlas, las broncas y los abucheos rogelios se estarían escuchando desde Ganímedes. Pero, no obstante, ahí queda para la posteridad la imagen de Sánchez huyendo con la amnistía entre las piernas, sin querer dar la cara ni explicaciones. Es normal, porque en todo esto de la amnistía lo dicho hasta ahora por Sánchez y sus satélites como Bolaños es pura filfa, palabrería de parvulario y la consabida dosis de mentira habitual en el sanchismo. Aunque hay quien opina que todo lo de ayer por la tarde no es más que parte de la escenificación que precisan los sanchistas de cara a las elecciones gallegas y que ahora no les conviene ceder ante Puigdemont, que de esto va el asunto. Nogueras exige blindar al prófugo de la justicia, máxime ahora que se le acusa de un delito de alta traición, lo que bastaría para disuadir a cualquier político con un mínimo de decencia a la hora de entrar en pactos con semejante sujeto.

Sánchez ha recibido una completa humillación a todos los efectos y la única suerte que tiene es que en este país ya nadie se escandaliza de nada

Pero Sánchez no se detiene por estas minucias y pretende seguir con el dale que dale, y veremos en los próximos tiempos como recula de nuevo y, efectivamente, pasada la galerna gallega chupa puntas, lame suelas y sirve el te vestido de lagarterana si a mano viene. Henos ante la triste realidad: España está gobernada por un delincuente que dicta al Gobierno de la nación qué debe y qué no debe hacer, que tiene en sus manos la estabilidad del mismo y que no va a cejar hasta conseguir la patente de corso con la que siempre ha soñado el separatismo catalán. Pujol ya gozó en su día de esas mieles prohibidas al resto de españoles con el carpetazo del caso Banca Catalana. Ahora es el turno de sus cachorros, de Puigdemont y de toda la ralea que le envuelve. Créanme, en el fondo no desean la independencia. Les resulta más cómodo seguir con España, disfrutando de todas las ventajas que esto supone pero ,eso sí, sin tener que cumplir con ninguna de las obligaciones que tal privilegio comporta. Más que ley de amnistía o como quiera que se denomine el engendro del diablo ese, lo más adecuado sería denominarla ley del embudo, a saber, lo estrecho para los españoles y lo ancho para los separatistas.

España está gobernada por un delincuente que dicta al Gobierno de la nación qué debe y qué no debe hacer

Ahí lo tienen, Pedro Sánchez, vapuleado en el lodo de la ambición por una panda de groseros indoctos secesionistas. Esto es lo que hay.