ABC 01/02/17
IGNACIO CAMACHO
· En un estado de estrés político, la fuga hacia delante constituye la tentación más sugestiva para el secesionismo
EL delirio independentista catalán está en ese punto en que no se sabe si puede derivar hacia el esperpento o el melodrama. El Gobierno lo quiere encauzar al sainete, a base de indiferencia, pero los actores soberanistas están tan convencidos de su misión mitológica que han perdido el sentido de la realidad para adentrarse en una fantasmagoría desquiciada. Si ese extravío desemboca en la consumación de un acto de premeditada rebeldía se va a producir una crisis que el Estado tendrá que abordar de manera objetivamente antipática.
Aunque el discurso oficial es de tranquilidad expectante, en la confianza de que el heterogéneo bloque nacionalista va a colapsar por su propia inercia, hay en Madrid dirigentes políticos convencidos de que más pronto que tarde será necesario adoptar medidas poco gratas. Los responsables (?) de la Generalitat parecen dispuestos a una fuga hacia delante que supondría, en la práctica, un golpe institucional cuya estrategia han puesto hasta por escrito, y cuya parte no expresa –es decir, secreta– ha revelado el imprudente exjuez Vidal en su verborrea ufana. El reconocimiento, por el vicepresidente Junqueras, de que el poder autonómico ha utilizado ya datos reservados de los ciudadanos para poner en marcha estructuras fiscales soberanas supone de hecho un órdago de extralimitación autoritaria ante la que ningún Gobierno puede quedarse sin tomar cartas.
En un sistema político destruido, en el que la radicalización ha aniquilado a toda fuerza moderada, la aceleración del prusés constituye la tentación más sugestiva para el secesionismo; una escalada provocadora de hechos consumados que le permita reagruparse antes de que estallen sus disputas de liderazgo y todas sus contradicciones mal dominadas. La arrogancia charlatana de Vidal ha desnudado los planes del desafío y puede empujar al movimiento independentista a una reacción a la desesperada. Lo que desde fuera de ese magma de autismo político resulta un desvarío kafkiano, trastornado, representa una salida liberadora para una clase dirigente desanclada del realismo, incapaz de emerger de su burbuja ensimismada.
Ese estrés interno está a punto de alcanzar la situación de riesgo crítico. Ese momento en que cualquier cosa es posible. El independentismo se ve sin vuelta atrás y sólo le queda la política de tensión suicida que ponga al Estado en una tesitura de tirantez extrema. Una sedición en toda regla. Esa posibilidad está ahí, pese a su manifiesta irracionalidad, y es menester admitir que cada vez más cerca. Si se materializa exigirá respuestas proporcionales que el Gobierno debe manejar con tanta responsabilidad como firmeza. Hasta ahora sólo se habla de ello en voz baja porque las estrategias no se cuentan. Pero la preocupación existe. Y el año ha comenzado con una tendencia de inestabilidad global que no permite el optimismo ante ningún tipo de problema.