Jon Juaristi-ABC

  • De momento, los presidentes autonómicos no se van a las barricadas por el triunfo de la Confederación

Dos jóvenes Jorges, Bustos y San Miguel, proponen una alternativa desesperada a la España multinivel que preconiza el sanchismo: una confederación tácita de las comunidades autónomas más amenazadas por su condición de abiertamente desafectas (las gobernadas por el PP) y de las simplemente críticas, desde sus gobiernos socialistas, al trato de favor que Sánchez prodiga a nacionalistas catalanes y vascos. Dicho de otro modo: la unión de todas ellas en una suerte de ‘hermandad antisanchista’, que podría restaurar un pacto nacional parecido al que hizo posible la Constitución de 1978.

Lo de ‘hermandad’ (término que propone Bustos) suena a la Fraternité jacobina, pero también, por qué no decirlo, a las cofradías piadosas y, más en concreto, a la Hermandad del Cristo de la Buena Muerte. En la lengua española todas o casi todas las palabras están minadas por su uso en otros tiempos (esta semana he sabido, por ejemplo, que se denominaba sanchistas a los partidarios de Sancho el Bravo, futuro Sancho IV, que se rebeló contra su padre, Alfonso X de Castilla, en 1282). Volviendo a lo de la hermandad, creo que es una propuesta lastrada por las buenas intenciones de ambos Jorges y su correlativo desconocimiento de la tropa autonómica. De hecho, Jorge Bustos la hacía pública en ‘El Mundo’ del viernes pasado. Por la tarde del mismo día, en Salamanca, los presidentes teóricamente confederales ya habían dejado claro lo que se podía esperar de ellos.

La televisión sanchista se apresuró a difundir unas declaraciones del presidente de Cantabria que, desde su exterioridad metafísica al conjunto de los demás mandatarios convocados, manifestaba su asombro ante la armonía y unanimidad de todos estos respecto a los planteamientos del Gobierno. «Parecía que todos eran del mismo partido», decía Revilla. Obviamente, el aparato de propaganda sanchista pretendía reforzar con estas declaraciones lo que la portavoz Rodríguez, la Sonrisa del Régimen, afirmaba en la rueda de prensa: o sea, que todo había ido de maravilla, y que el consenso de los presidentes con el presidente había sido casi total, salvo en el lamentable caso de Ayuso (la llamó así, «Ayuso»).

Lo de Revilla, sin embargo, no era encomiástico. El cántabro fiero se refería al acuerdo de presidentes del PP y del PSOE para repartir los fondos europeos entre las autonomías en proporción a la población de cada una de ellas. Otro que protestó fue el presidente de Aragón. El resto parecía estar de acuerdo con el criterio de la proporcionalidad demográfica, y es que las condiciones materiales de la existencia determinan la conciencia. Quizá no con la universalidad que atribuía Marx a este principio, pero en lo que concierne a los políticos españoles y más en particular a los de las autonomías, vaya que la determinan. Es lo único que sabe Sánchez de marxismo, pero, como el erizo de Arquíloco, lo sabe muy bien. Por experiencia propia.