Miquel Escudero-El Correo
Todos sabemos lo que es ‘tener una pesadilla’, algo que puede llegar a dominar el ánimo con angustia, desasosiego y congoja. Ante una preocupación grave, es capital pugnar por no obsesionarse y mantener la cabeza fría, de modo que podamos pensar lo mejor a hacer. Todo puede ir a peor. No exagerar es lo responsable y adecuado. Pero tampoco es apropiado dejar de decir lo que se ve para que alguien no te acuse de catastrofista o, peor, de interesado; quien quiere calumniar, siempre lo hace. En cualquier caso, es irresponsable e impropio estar siempre mirando de reojo, pendiente de que te aplaudan todo lo que digas o pienses.
A propósito de mis preguntas sobre la propiedad del cargo y del país, una amiga me ha dicho que no sabe cuál es la solución, pues todo está rotundamente dividido; tampoco yo lo sé. Afirma que «cualquiera de los partidos actuales pactaría con el diablo para no dejarle el sitio al otro». Así parece y sucede que vamos perdiendo tiempo y oportunidades. Concluye que ‘ceder’ el poder al PP, «eso sí que es una tragedia». No lo veo igual, y es bien sabido (para quien me escuche o lea sin mala fe) que no simpatizo con ese partido. Pero reclamo el principio democrático de la alternancia política en el Gobierno (una exigencia cívica, lógica si no te dejas enredar en trampas externas) y detesto el maniqueísmo (la estúpida y peligrosa puerilidad de sostener que solo existen diablos o ángeles).
En suma, rechazo instalarme en la pesadilla (‘malson’ decimos en catalán, literalmente ‘mal sueño’; sensación de opresión en el corazón). Pero para salir de ella no queda otra que elevarse con la cordura y abandonar el sectarismo.