• El autor de ‘Los versos satánicos’, apuñalado ayer en Nueva York, ejemplifica la resistencia contra el fundamentalismo islámico

El ataque sufrido ayer por el escritor Salman Rushdie, apuñalado en el cuello por un hombre cuando se disponía a pronunciar una conferencia en Chautauqua (Nueva York), conmocionó a todo el planeta al rememorar la condena a muerte dictada contra él en 1989 por el ayatolá Jomeini, que le obligó a vivir escondido durante más de una década y le ha perseguido desde entonces. Las investigaciones policiales y los testimonios del agresor, detenido en el lugar de los hechos, esclarecerán las causas del atentado. El régimen iraní ha marcado distancias en los últimos años con aquella insólita ‘sentencia’ por el supuesto carácter «blasfemo» contra el islam de ‘Los versos satánicos’. En ella instaba a todos los musulmanes del mundo a matar a su autor y ofrecía, a cambio, una recompensa cercana a los tres millones de dólares. Sin embargo, entre quienes siguen a pies juntillas una fanática lectura del Corán aún persiste el odio sembrado por el fundamentalismo integrista contra el novelista británico de origen indio, quien pese a todo optó hace tiempo por dejar de esconderse en una muestra de valentía y de desafío a los enemigos de la libertad.

No deja de ser tristemente irónico que Rushdie fuera atacado en los prolegómenos de una charla que, en medio de unas medidas de seguridad de una extraordinaria laxitud, iba a ofrecer sobre la libertad de creación artística. Porque la libertad, el respeto a las creencias ajenas, a los derechos individuales y al pluralismo propio de cualquier sociedad mínimamente avanzada representan la antítesis de los inquisidores empeñados en imponer por la fuerza su estrecha percepción del mundo que amenazan la existencia del escritor desde hace más de tres décadas. El autor de ‘El hijo de la medianoche’ -la obra que le catapultó al éxito- constituye un símbolo en la defensa de esos principios, que ha ejercido en unas condiciones extremas, hasta sus últimas consecuencias y sin caer en la tentación de renunciar a ellos para salvar la vida.

La intolerancia religiosa, de la que Salman Rushdie constituye una víctima global desde que fue señalado por el régimen teocrático iraní, no es sino una de las múltiples manifestaciones de los fanatismos de diverso orden que intentan abrirse paso en el mundo. Combatirla es una exigencia democrática para hacer realidad algo tan básico como que nadie sea perseguido por sus ideas.