IGNACIO CAMACHO-ABC

  • El espejismo del comodín de Vox se ha disipado. Es hora de que Feijóo se comprometa a gobernar en solitario

Los pactos con Vox fueron un error que le costó a Feijóo la Presidencia del Gobierno. Y aunque el PP nunca lo haya reconocido, buena parte de su dirección era consciente de que esas coaliciones cargaban sus posibilidades electorales con un peso muerto. Ahora los dioses de la (sin)razón los han venido a ver a todos ellos al inspirar a Abascal la ruptura de los acuerdos, pero está por ver que sepan aprovechar ese obsequio que se han encontrado sin merecerlo. Algún barón territorial hay por ahí, de los que por su afán de gobernar precipitaron la oportunidad perdida, preocupado ante la incomodidad de gobernar en minoría, sin muletas que compensen la mediocridad política. La solución es bien sencilla: ganar la próxima vez con la contundencia de Moreno en Andalucía, Ayuso en Madrid o Rueda en Galicia.

El sueño del comodín de Vox se ha terminado. La derecha liberal –la institucional y la sociológica– debe asumir la idea de que sólo puede derribar al sanchismo si su candidato se compromete con el electorado a un mandato monocolor en solitario. No hay red de socorro para ese salto. Nunca debió haberla; la falta de coraje o de perspicacia para retirarla a tiempo fue la causa esencial del inesperado gatillazo del pasado año. Existe un abismo de diferencias entre el proyecto de un partido de Estado y el de una formación empeñada en moverse por la periferia del sistema o más bien, como se ha acabado demostrando, por fuera. La moderación, la centralidad y el eclecticismo son incompatibles con la inmadurez, el populismo y la estridencia.

El resultado de la decisión de Abascal es responsabilidad suya. Él y su cúpula sabrán los motivos de esta abrupta modificación de su hoja de ruta, y en todo caso tendrán que medir el impacto de la nueva estrategia en las urnas cuando sea que acabe esta desquiciada legislatura. A efectos generales, sin embargo, el volantazo trae al panorama público una clarificación necesaria. En un extremo queda el Ejecutivo con sus precarias alianzas con los separatistas catalanes y la ultraizquierda dogmática. En el otro, unas derechas radicales cada vez más asilvestradas. Y en medio –¡¡en el centro!!—una ancha franja disponible para que una fuerza de vocación mayoritaria sepa ocuparla con una propuesta seria de integración ciudadana.

Esta semana se han disipado los espejismos de falsas afinidades. La unidad estructural de las derechas es un pensamiento mágico, un unicornio político que no cabe en ese paisaje. No hay convergencia posible salvo la que lleven a cabo por su cuenta los votantes. Y para eso hace falta un liderazgo que sepa hacerles comprender – y con ciertos sectores no va a ser en absoluto fácil– que Vox no es la llave de la alternancia sino el seguro de vida de Sánchez, la coartada que le proporciona un apoyo electoral estable. Si no somos capaces de entender eso, nos mereceremos lo que pase.