Mikel Buesa-La Razón

  • Prefiero los gobiernos que estimulan la creatividad en las instituciones y las empresas poniendo recursos y no trabas

La cerceta pardilla es un pato más bien menudo, oriundo de la región mediterránea, en peligro de extinción y, de hecho, extinguido en la Comunidad de Madrid hasta hace poco, cuando el Centro de Recuperación de Aves Silvestres (CRAS) logró reproducir dos ejemplares que, con otros veinte provenientes de La Granje del Saler (Valencia), fueron reintegrados a su medio natural en el Parque Regional del Sureste. El CRAS había realizado recientemente una operación similar con dos pollos de buitre negro, también amenazado en Europa. Tales éxitos se deben a centros dependientes de gobiernos autonómicos de la derecha, lo que parece sorprendente porque, desde hace muchos años, ha sido la izquierda la que se ha autoproclamado «ecológica» y «salvadora del planeta» hasta la saciedad. Incluso, en algún caso, como el de la izquierda abertzale vasca, esa adscripción le ha llevado a justificar el terrorismo para frenar la construcción de infraestructuras energéticas y viales, con varios asesinatos de por medio, por cierto. No digo que toda la izquierda sea de la misma calaña que la de mis congéneres vascongados, pero cuando esas cosas pasan, tal vez habría que hacérselo mirar.

En esto de la ecología comprobamos que, mientras la derecha promueve instituciones dedicadas al trabajo práctico, restaurador de la naturaleza, la izquierda se desenvuelve en un sentido discursivo que deriva, sobre todo, en vetos, prohibiciones y estorbos para que la sociedad encuentre los procedimientos más adecuados conque resolver sus problemas. En Europa y muy especialmente en España, esto nos ha llevado, por ejemplo en la cuestión de la reducción de emisiones de gases de efecto invernadero, a políticas irracionales que o no tienen nada que ver con el asunto –como ocurre con el veto español a la continuidad de las centrales nucleares productoras de energía– o perjudican severamente a la industria europea frente a sus competidores de otros países –como está pasando en el sector automovilístico con respecto a la oferta que llega de China–. O sea que, en estos asuntos, estamos ante dos maneras muy distintas de concebir la política, lo cual no es nada extraño, dadas las circunstancias. Por mi parte, prefiero los gobiernos que estimulan la creatividad en las instituciones y las empresas poniendo recursos y no trabas.