JOSÉ ANTONIO ZARZALEJOS-EL CONFIDENCIAL
- La candidatura de Illa a la Generalitat o es un éxito o un fracaso, porque en esta operación no hay equidistancia entre el acierto y el error. Es una estrategia grave
Cuestión previa: ¿por qué mintieron este martes tanto Pedro Sánchez como Salvador Illa? El primero lo hizo durante el extravagante acto de balance del primer curso del Gobierno de coalición, negando que fuera a hacer cambios en su Gabinete cuando ya sabía que tendría que nombrar a un nuevo ministro/a de Sanidad. El segundo mantuvo en TVE que el candidato del PSC a la Generalitat era, indubitablemente, Miquel Iceta cuando ya sabía que él sería el aspirante del PSC a la presidencia del Gobierno catalán en las próximas elecciones del 14-F. Mentir no era necesario. Tampoco le era exigible a ninguno de los dos que desvelasen la operación que se ha destapado hace solo unas horas. Podían haber salido airosos con un circunloquio o con una evasiva. Es muy preocupante la tendencia de Sánchez y de su equipo a despreciar el valor de sus propias afirmaciones. Así, será difícil creerles cuando digan la verdad.
Al margen de la acotación anterior, el presidente del Gobierno ha adoptado una decisión muy arriesgada. Sustituir en plena pandemia —quizás a las puertas de su tercera ola— al ministro de Sanidad provoca algunas reflexiones sobre su encarnadura estadista que no le dejan en buen lugar. Salvador Illa fue nombrado ministro el 13 de enero de este año. No parece sensato que se cambie al titular de la Sanidad en España cuando el país sigue en estado de alarma —lo estará hasta el mes de mayo próximo—, con el desafío de un plan masivo de vacunación en marcha, pero también en ciernes, y estando bajo las acechanzas de transmisión masiva de la infección durante las fiestas de fin de año. Este miércoles, se registraron casi 17.000 nuevos contagios y 247 fallecimientos más.
Se deduciría de esta decisión que Sánchez considera más importantes las elecciones de Cataluña que la gestión de la pandemia. O lo que sería peor: que Salvador Illa no era la persona que mejor podía continuar al frente del ministerio en las actuales circunstancias. De tal modo que todas las lecturas de la nueva misión del ministro catalán no resultan edificantes para Pedro Sánchez. Que, además, se ha tomado las primarias del PSC —como dirigentes de otros partidos— a beneficio de inventario. Dedazo.
Las perspectivas de los socialistas catalanes en las elecciones del 14-F eran modestas. En las de diciembre de 2017, obtuvieron 17 escaños de 135 con 606.000 votos populares, un 13,86%. Barcelona fue el filón del PSC: en esa circunscripción, obtuvieron 13 de los 17 asientos en el Parlamento catalán y 497.000 papeletas del total de las 606.000 obtenidas en toda la comunidad, incrementando su porcentaje al 15,15%. Miquel Iceta —un político hábil, pero también erosionado por los acontecimientos en Cataluña— no parecía con ánimo de enfrentarse a la dura batalla electoral, ni los socialistas, catalanes y del PSOE, confiaban en sus posibilidades. Y como es un hombre perspicaz, no le ha costado nada ceder su puesto a Salvador Illa, a cambio de ostentar algún cargo en Madrid y seguir al frente del PSC.
Salvador Illa es un hombre del socialismo catalán profundo. Es secretario de Organización de la formación y ha participado, siempre de forma discreta, en las conversaciones con ERC para investir a Pedro Sánchez y acordar la mesa de diálogo con los republicanos de la que él forma parte. Es un hombre tranquilo, sobreexpuesto por su papel crucial en la pandemia, caracterizado por un temperamento sosegado y resistente.
La candidatura de Illa puede impactar favorablemente en sectores de electores desmovilizados que antes votaron a Ciudadanos
Es cierto que su rostro es el de la catástrofe, pero esa desventaja podría neutralizarse por dos circunstancias: la primera, porque en Cataluña la ciudadanía atribuye la gestión de la crisis a Joaquim Torra, a la consejera Alba Vergés (ERC) y, en alguna medida, también a Pere Aragonès, candidato republicano a la Generalitat, y la segunda, porque se trata de un socialista catalán que ha adquirido una gran experiencia de gestión durante sus 11 meses en el Ministerio de Sanidad y ha logrado una inusitada notoriedad mediática y ciudadana.
Illa, además, y aunque no es el primer ministro de un Gobierno español que aspira a la Generalitat (antes lo fue Montilla, que gestionó el Ministerio de Industria entre 2004 y 2006), por su manera de hablar —se refiere a España, a los españoles— y por su conocimiento de los mecanismos del Estado en situación de crisis, con los que ha tenido que enfrentarse a los secesionistas, puede impactar favorablemente en sectores de electores desmovilizados que antes votaron a Ciudadanos o que permanecían en la abstención. En otras palabras: dispone de algunas bazas para aplicar electrodos a una parte de los votantes potenciales de Cataluña —especialmente de Barcelona y de su área metropolitana— que en la actualidad no experimentan estímulo alguno para acudir a las urnas.
La operación de Illa tiene riesgos y Moncloa ha puesto muchos factores en juego. Es una estrategia grave. A los ya apuntados, se une la posibilidad de que los cálculos de la presidencia del Gobierno fallen y la combinación termine constituyendo un auténtico fiasco. Para que no lo sea, el PSC tendría que ser el 14-F la segunda fuerza política y obtener, al menos, entre 12 y 15 escaños más que en 2017. Todo lo que no sea obtener una ventaja sustancial sobre la situación actual y superar a Puigdemont y Borràs, sería un fracaso.
De ahí que la decisión de Sánchez se asemeje a un triple salto mortal circense en el que aparecen todos los rasgos de su peculiar forma de hacer política: la simulación taimada de decir una cosa por la otra; la falta de una jerarquía lógica de los asuntos —¿qué importa más, la continuidad de la gestión de la pandemia o las elecciones catalanas?— y el efectismo. Pero esta pirueta es de las que solo pueden terminar con un éxito o con un fracaso, porque no caben en la operación resultados equidistantes al acierto y al error. Cierto es que, como escribí aquí este martes, el presidente sabe que se trata de Cataluña o nada, es decir, de asegurarse la legislatura en Madrid mediante un pacto con ERC en Barcelona. Pero tal acuerdo solo es posible si el PSC supera con mucho las expectativas que ahora le auguran las encuestas.