Ignacio Camacho-ABC
- Se aproxima otro volantazo, una nueva subasta en la que en vez de fases sea el propio estado de alarma la moneda de cambio
Una de dos: o la evolución de la epidemia va mucho mejor de lo esperado o el Gobierno está mucho peor de lo que pensaba. Cualquiera de estas dos hipótesis, o ambas a la vez, puede estar al fondo del anuncio de sacar del estado de alarma a algunas comunidades de forma casi inmediata. La primera es imposible de comprobar por la opacidad contumaz de las autoridades sanitarias, reacias a proporcionar información transparente y capaces de cambiar de criterio varias veces en la misma jornada. De la segunda, en cambio, existen muestras sobradas -hoy mismo, la encuesta de ABC/GAD3- que testimonian una vertiginosa caída de confianza. La maniobra del pacto con Bildu, que además de contraproducente y de inmoral era
innecesaria, puede haber salido cara; de ahí la euforia, quizá prematura, que el presidente ha vendido este fin de semana para tratar de inyectar a la población un soplo de esperanza y tranquilizar en lo posible a una opinión pública tan escandalizada que hasta sus medios de cabecera le exigieron que rectificara.
Se aproxima, pues, otro volantazo, o una nueva subasta de apoyos parlamentarios en la que ya no sean las fases, sino el propio marco de excepción, la moneda de cambio. Es decir, una vuelta de tuerca a la compraventa de favores y su consiguiente secuela de agravios. Desde el momento mismo en que se diseñó una «desescalada asimétrica» era obvio que iba a producirse una cascada de quejas y reclamaciones en los territorios rezagados, malestar que el Ejecutivo incrementó con un procedimiento de clasificación no ya absolutamente opaco sino sospechoso de favoritismo sesgado. El levantamiento selectivo de la alerta promete otro conflicto de intereses cruzados porque el modelo de dos velocidades es un plato de muy mala digestión en un país de fuerte arraigo igualitario.
Pero es que, además, ese viraje repentino supone la enésima enmienda de Sánchez a sí mismo. Hace sólo unos días atribuía al estado de alarma el valor decisivo -y cierto- de salvar vidas, e incluso se atrevió, en un alarde de imaginación contrafactual, a calcular una incomprobable y disparatada cifra para contrarrestar el sombrío dato de las treinta mil víctimas. De repente, y en manifiesta consonancia con sus dificultades políticas, parece haber perdido fe en las propiedades salvíficas de un decreto que ahora quiere levantar a toda prisa en según qué autonomías. Es de temer que sin que los presuntos comités técnicos ofrezcan las explicaciones precisas sobre las condiciones que determinan a quién le toca -y a quién no- la lotería. Al que La Moncloa se la dé, que Sanidad se la bendiga.
Las artes fulleras del sanchismo han convertido el Covid en una comedia siniestra. Arbitrariedad, desbarajuste, propaganda, capricho, abuso de poder, sectarismo, incompetencia. Y la nota tragicómica de esa brillante minerva capaz de sostener que el virus circula en línea recta.