Juan Carlos Girauta-El Debate
  • Él mismo va a piñón, como el conejito de Duracel, cuando olisquea matanzas. Acaso sea el reflejo de un cobarde incurable que no solo admira las causas que abraza la izquierda, sino que siente el irrefrenable impulso de apoyar a los verdugos de masas y sus grandes exterminios. Ojo, solo verdugos de izquierdas

Se pone tan solemne honrando a dictadores asesinos de masas, su rostro adopta una expresión tan compungida, su cuerpo se estrecha e inclina en una muestra tan sincera de respeto, de humildad ante la majestad de los grandes sacamantecas de la historia, que uno lo atribuiría a una especie de genuina admiración del mal. Para él es un juego porque solo se atreve a luchar con muertos, claro. No está al alcance de cualquier izquierdista convertirse en un diabólico carnicero como Ho Chi Minh. Para ser un asesino de masas hace falta un grado mayor de psicopatía del que parece adornar a nuestro autócrata. Por otra parte, tenemos la convicción de que Sánchez es un cobardica. Bueno, la convicción y también la prueba en su deslucida escapada de Paiporta. Lo garrido del Rey a su lado fue un contraste tan bestia que el pobre autócrata no lo soportó.

Cuentan que un rato después de aquel trance —cuando Felipe VI hubo demostrado de qué está hecho y Sánchez también— se oyeron gritos tras una puerta. Supuestos gritos del presidente del Gobierno al símbolo de la unidad y permanencia del Estado (así lo dice la Constitución, y para falsificarla ya está Conde-Pumpido). Nos fiamos de la fuente, y solo podemos entender la salida de tono como una crisis propia de un cuadro clínico, donde el Rey sería el terapeuta y el presidente haría de histérica de Charcot. Pero a lo que nosotros íbamos es a la enorme afición de Sánchez por los grandes asesinos comunistas, que son un puñado. Su goce atraviesa las pantallas. No queremos imaginar las sensaciones que habrá experimentado en la China una vez informado por algún asesor de quién era Mao. «Nadie ha matado más». Imagínense el subidón.

Estimulado por el hecho indiscutible de que el Partido Comunista Chino sigue mandando. O sea, no es que se haya emocionado (o quizás excitado) al pisar la mayor dictadura del mundo, sino que su Sanchidad ha podido alabar a esa misma dictadura, que pervive. Qué gustito, qué cosquilleo. No necesita Sánchez que los lobistas del PSOE y del PP que se benefician del régimen de Xi Jinping le vengan a recomendar acercamientos, ni las hijas de Zapatero, ni nadie. Él mismo va a piñón, como el conejito de Duracel, cuando olisquea matanzas. Acaso sea el reflejo de un cobarde incurable que no solo admira las causas que abraza la izquierda, sino que siente el irrefrenable impulso de apoyar a los verdugos de masas y sus grandes exterminios. Ojo, solo verdugos de izquierdas. Por eso lo admira tanto la piara terrorista Hamás. Por eso, con Borrell, triunfó entre los ayatolás. Por eso solo se adelanta en la UE cuando se trata de exhibir antisemitismo, y mira que está la cosa reñida. Por eso la China cuenta ya con él como títere de referencia en Occidente. Y por eso Trump, anticipándose, colocó a España entre los BRICS. Pobre España. A mí que me registren, yo no lo voté, yo lo veté.