EL MUNDO 26/03/16 – TEODORO LEÓN GROSS
· Naturalmente el nacionalismo ha acudido a las exequias de Cruyff a buscar premio, como aquellos ladrones de cadáveres que recorrían el paisaje después de la batalla para arrancar anillos, medallas o relojes. No es momento de finezza. Al santoral nacionalista le va de perlas ese icono planetario, elevando a categoría heroica episodios como aquello del Jordi en el registro civil: ¡un Casanova del siglo XXI! Así que Puigdemont inició las deshonras fúnebres: «Trajo a Cataluña el fútbol ganador y bello…».De hecho no lo llevó a Cataluña sino al Barça, o sea, a la Liga española.
Nadie reconoce eso como fútbol catalán; sino escuela de club, con apellidos argentinos u holandeses, proyectada a la selección española en su década prodigiosa. Catalanizar esto es, como suele suceder, una falacia para la clientela infantil ávida de emociones.
También Artur Mas rescató una frase de El último partido, homenaje ventajista de Diplocat para venderlo como embajador: «Si quieres hacer una cosa, hazla». Claro que el Flaco hizo muchas frases obvias de manual de autoayuda: «Si tú tienes el balón, el rival no la tiene» o «si marcas un gol más que tu oponente, ganas». Sí, se pronunció sobre el derecho a decidir, sin mucho interés, más bien con el oportunismo y la inconsistencia al uso, repicando los eslóganes huecos de la doctrina oficial.
A cambio hay otros episodios olvidados, como su quite tras la pitada de la Copa del Rey, justificada por tipos como Xavi o Marc Gasol en aquella espiral del silencio: «Pitar el himno nacional es una desgracia total, además de una falta de respeto; considero que al que actúa así le falta un tornillo». El nº1 sin tornillo era Artur Mas y su sonrisa boba. Pero seguramente todo esto no tardará en ser borrado de la hagiografía de Cruyff. Y en ese «blanqueo de la historia» (Baudrillard) también se perderán frases como «pienso en castellano» o «yo soy más de unir».
La invención de la Historia es un mecanismo clave en la construcción de un imaginario nacional. Los nation builders, con tan poco pudor como sentido del ridículo, no dudan en recurrir a la ficción como el pujolismo al situar el origen de Cataluña en el 988 para darse el pisto del milenio; o convirtiendo a Casanova en secesionista. El nacionalismo –apuntan interesantes teóricos– no refleja tanto la existencia de una nación como la voluntad de crearla. Así que Cruyff, ese peterpán de las verdes praderas del edén entre dos porterías, tiene un sitio reservado en el santoral ficticio de la larga marcha a la libertad de Cataluña.
EL MUNDO 26/03/16 – TEODORO LEÓN GROSS