Iba a hablar de Europa y optó por el enaltecimiento del sanchismo. Anunció que haría balance del semestre europeo y dedicó cinco horas a ciscarse en la oposición. Convocó a los señores diputados para entonar un himno a la UE y optó por la autobeatificación de su persona. Casi autosantificación. Una vez blanqueado a Bildu, al fugitivo de Waterloo, a la caverna golpista, incluso al ángel verificador, tocaba blanquear el sanchismo. El presidente evidenció que ese término, ‘sanchismo’, no le favorece, es una expresión que suena a despectiva y casi lacerante, que usan como alternativa al socialismo, lo genuino, lo honesto, lo cabal. Como tantos ismos, tiene ecos de insulto, de reprobación, algo detestable incluso para los propios.. De ahí su empeño en limpiarle la mugre, sacarle brillo y hasta convertirlo en objeto de admiración, casi adoración. Para conseguirlo, la vía directa es la de sacudirle estopa al líder del PP, cincelarle un perfil entre antipático y agresivo. Tal fue su ensañamiento que hasta llegó a censurarle a Feijóo su ‘expresión avinagrada’ porque aún no ha asumido que perdió las elecciones. El gallego puede resultar soso, inexpresivo, algo aburrido pero…¡avinagradado’! Tan excesivo resultó el castigo que apenas alguien prestó luego atención a la primera sesión de control con ambos líderes frente a frente y en la que tan sólo los balbuceos trapisondos de Bolaños lograron un minuto de relevancia entre tanta medianía.
Nunca se había mostrado el jefe socialista tan ofuscado e inclemente en la descalificación de Feijóo. Se atisbaba, por momentos, una obsesión rayana en lo paranoico. Esgrimió ofensas hasta ahora inéditas, improperios no escuchados. Cabreado, tramposo, acomplejado, chiquilladas adolescentes, mentiroso, más berrinches, campanudo…una colección interminable de vituperios que descolocó a todos los presentes, incluidas las bancadas del progreso, que aplaudían cada sopapo sumidas el pasmo y el desconcierto. «Usted viene aquí a sacudir mandobles y a atizar golpes bajos», llegó a decirle, desatado y colérico, a su templado rival. Algo inaudito, entre otras cosas porque, tras el estrépito de las puñadas, se ocultaba el verdadero protagonista del día, el encuentro Sánchez-Feijóo que finalmente tendrá lugar el viernes en sede parlamentaria.
«Sin mediadores, sin soberbia, sin imposiciones, no será en Ginebra sino en el Congreso», había reclamado el líder del PP, quizás con el afán de justificarse ante buena parte de sus filas que no entienden esta cesión. Ir a verse con Sánchez, aunque no sea en La Moncloa, es someterse voluntariamente a una emboscada, una encerrona en la que sólo hay un vencedor claro. El tramposo.
Tras el discurso en el Hemiciclo de Estrasburgo, «Europa ya ha empezado a conocer al verdadero Sánchez, ha roto su imagen personal», apuntó Feijóo
En ese ambiente tan puramente doméstico, Europa se convertía en una referencia muy lejana. Los voceros de Frankenstein sólo se asomaban al exterior para proferir consignas antisemitas, muchas veces desquiciadas y otras, directamente obtusas. Quizás el punto más ecuánime sobre el diferendo israelí y su inferencia en España la puso Feijóo al resumir sensatamente la diatriba: «En este semestre europeo el único respaldo internacional que ha recibido usted es el de un grupo terrorista, el de Hamás«. Y añadió que tras el discurso en el Hemiciclo de Estrasburgo, «Europa ya ha empezado a conocer al verdadero Sánchez. Ha roto su imagen personal».
El aludido sonreía con esa displicencia propia de su inocultable narcisismo. Acabamos de entrar en la legislatura del desprecio, de la soberbia hipertrofiada. Celebró el nombramiento de Nadia Calviño como presidenta del BEI, merced a su «rigor, brillantez y audacia» mientras la todavía vicepresidenta de Economía tuvo el buen gusto de permanecer sentadita y sonriente mientras sonaba la ovación y, a su vera, Yolanda Díaz se rompía las palmas en feliz despedida de su odiada vecina.
La presidenta del Cámara se mostraba mortecina y algo sonámbula. La víspera estuvo sesionando hasta las 23.30, un esfuerzo maratoniano para un Congreso que acaba de estrenarse y que ya se va de vacaciones. Algo se espabiló cuando Errejón, en su papel de mitinero rebelde de la facu de Políticas, pretendía seguir en el uso de la palabra más allá de lo estipulado. Para una vez que le dejan hablar…. Rufián exhibió su verbo resacoso. La activista de Bildu esparció su dosis habitual de odio y rencor. Puro veneno con chacolí. Belarra recuperó la voz en el Congreso, ya degradada de su condición de ministra, con una letanía deslavazada y menor. Apenas alguien mencionó lo de Telefónica, el otro convidado de piedra de la jornada.
Escupir al prudente interlocutor
Sánchez se ensañó con Feijóo para blanquear su propia figura, convertida ya en elemento sospechoso en las cancillerías europeas y únicamente aplaudida por los corsarios del grupo de Puebla. «Usted sólo piensa en derogar el sanchismo», le reprochaba con insistencia a un catatónico Feijóo, quien no utiliza esa fórmula desde la nefasta campaña electoral. Más arrogante, crecido e insolente de lo habitual, el gran narciso planetario terminó su inopinada ceremonia europea levantando un altar a su persona, rindiendo una ferviente adoración a su obra, negando todas sus trolas y sus trampas, exhibiéndose mártir de una conspiración de la ultraderecha continental y escupiendo sin tregua a quien tendrá como interlocutor este viernes en un mano a mano cuyo resultado no es difícil de prever.