Francisco Sosa Wagner-Vozpópuli

  • El fingimiento, nadie lo olvide, es el ungüento con el que se logra burlar al propio Diablo

Sanchete era un pillete, no muy temeroso de Dios, desaseado en los decires, de juicio menguado, pero astuto y sagaz en sus ambiciones desmedidas.

Le gustaba recibir en la cara el relente de la trapacería. Son tantos los lances de su vida y milagros que se necesitarían muchos pliegos para acogerlos. De momento hemos de conformarnos, en el espacio de este relato, con dejar algunos apuntes de su personalidad.

Sanchete era amigo del dislate argumental y, sobre todo, de la práctica de la bernardina.

En ella había encontrado el ser de su existencia, el meollo de su deambular por la vida, aquello que le distinguía en la colmena. Solía invocarla así, con este nombre,»bernardina», sabedor de que es palabra poco usada y, por lo mismo, la más apropiada para dar gato por liebre y confundir, y aun turbar, al oyente.

– Y ¿qué es la bernardina? – le preguntaban los de su cofradía, donde abundaban personas de estudios y graves lecturas, pero también, ay, una nutrida población de jumentos.

Se crecía en la contestación Sanchete y, aunque era alto y espigado, cobraban sus hechuras mayores vuelos:

– La bernardina, cofrades, es la mentira, el embuste, la fanfarronada y la bravata.

Uno de aquellos cofrades, que había estudiado Románicas, se lanzó a completar la explicación de Sanchete:

– La chulería.

La brújula de mis acciones

Y ahí prosiguió Sanchete:

– Sobre ella, sobre la bernardina, o sea, la mentira, se edifica todo mi pensamiento que lo tengo bien anudado y trenzado por un sinfín de chocarrerías. Considero la bernardina la brújula de mis acciones.

Y continuó:

– Con ella afirmo y, a renglón seguido, niego, disimulo y engaño al público crédulo, que es el más numeroso, el que sigue bobaliconamente mi capitanía. El fingimiento, nadie lo olvide, es el ungüento con el que se logra burlar al propio Diablo.

Entre los cofrades de Sanchete, que le escuchaban arrobados, se hallaba el más aventajado de todos, conocido como Abalillo.

Llegaron a formar la celebrada pareja de Sanchete y Abalillo.

Abalillo era como Sanchete pero, si algo le caracterizaba, era su devoción. No a los santos celestiales ni a los arcángeles y otras criaturas bienaventuradas. Su devoción se dirigía al bolsillo, lo consideraba Abalilllo la parte más lograda de las prendas de vestir, el hallazgo ¿cómo diríamos? más rematado.

El cofrade de Románicas le apuntó la palabra culta:

– En los clásicos se le llama la faltriquera.

Porque Abalillo padecía en efecto de avidez, especialmente de dinero, pero, y ahí estaba su originalidad, no para sí, sino para repartirlo entre adorables componentes del sexo femenino.

En busca del patrio de Monipodio

Ambos, Sanchete y Abalillo, en muy feliz confraternidad, conduciendo un coche, todo modestias y pobreterías, salieron al sol de los caminos y a las asperezas de las rozas a la búsqueda del palacio de Monipodio.