Editorial-El Correo

  • Que el presidente no pudiera o no quisiera aclarar hacia dónde apunta la investigación del apagón lo enroca ante una ciudadanía descreída

Las casi siete horas de debate que escenificó ayer el Congreso a raíz de la comparecencia, a petición propia, del presidente del Gobierno para dar cuenta de lo previsto -el plan por el que se reasignarán 10.471 millones para destinar este mismo año el 2% del PIB al gasto militar como venía exigiendo la OTAN- y de lo sobrevenido -el histórico apagón del 28 de abril- evidenció, por una parte, la inexistencia de una alianza sólida de país para afrontar retos compartidos por el conjunto de la ciudadanía. Y, por otra, la precariedad de un Ejecutivo con fractura interna en una cuestión de Estado como el refuerzo de la dotación en defensa y seguridad en España ante un amenazante contexto exterior, aunque Sumar evitara incidir más de lo imprescindible en su disonancia.

Con una mayoría de investidura que en cada sesión plenaria se deja un jirón más: mientras los aliados de izquierdas exhibían su rechazo al rearme y los nacionalistas reclamaban más soberanía energética, Podemos sumó a su despectivo calificativo de Sánchez como «señor de la guerra» el de «bochornoso» por la ausencia aún de una explicación oficial al colapso eléctrico. Y con un cuestionamiento, ahora, de la eficacia en su planificación, actuación y reacción en algo tan sensible para el Ejecutivo «de progreso» como la prestación de los servicios públicos.

El hecho de que el presidente consumiera tres horas en la tribuna de oradores -que Núñez Feijóo resumió como «de apagones y sermones»- sin poder o querer aclarar tan siquiera hacia dónde apunta la investigación sobre el insólito colapso lo enroca no ante la oposición, sino ante una ciudadanía descreída que requiere explicaciones más allá del recurrente elogio presidencial a su civismo. La gravedad del incidente de hace diez días habría hecho razonable la petición de «tiempo» por parte del jefe del Ejecutivo de no ser porque fue él mismo quien mantuvo viva sin pruebas -ayer no la citó- la hipótesis del ciberataque y quien viró hacia «las operadoras privadas», tendiendo una sospecha sobre ellas que desviaba el foco de Red Eléctrica, con participación mayoritaria del Estado. Un señalamiento que hizo extensivo en el Congreso a los «’lobbistas’» y los gestores «ultrarricos» de las nucleares, agudizando contra su voluntad la impresión de un líder a la defensiva y lastrado por los prejuicios ideológicos que atribuye a la oposición. Cuando lo que demostró el pleno es que el apagón aconseja también testar el modelo sin apriorismos ni del Gobierno ni de los grupos.