RUBÉN AMÓN-EL CONFIDENCIAL

  • El paseo triunfal que se originó con la victoria del 10-N acredita el acoso del presidente a los poderes y contrapoderes que le escrutan: el Parlamento, los jueces y la prensa

No reviste la menor emoción la sesión parlamentaria de este miércoles. Se trata de plantear las enmiendas a la totalidad de los Presupuestos, pero no van a prosperar porque Sánchez ha logrado encandilar a ERC y a su némesis —Ciudadanos—. No cabe mejor manera de celebrar el aniversario de la victoria electoral del 10-N. Un año después… el presidente del Gobierno presume de una estabilidad política en flagrante contradicción con la eficacia de su gestión. El lema de la legislatura bien podría ser ‘Cuanto peor, mejor’, y podría convertirse incluso en la fórmula que consagra hasta 2027 el ‘ménage à trois’ con el populismo y nacionalismo. Más aún cuando Ciudadanos se ha propuesto llevarle las arras hasta el altar mayor.

El balance del primer año resulta estremecedor. No ya por la gestión negligente del coronavirus, sino por el cesarismo con que Sánchez ha interpretado el estado de alarma. La excepcionalidad de la pandemia ha sido un pretexto instrumental para explorar los límites de la tolerancia institucional y de la salubridad democrática. Por eso revestía tanta importancia la decisión inaugural de convertir a la ministra de Justicia en fiscal general del Estado.

El descaro de la maniobra aspiraba a noquear la sensibilidad de los ciudadanos. E iniciaba un tratamiento de dosis homeopáticas que ha naturalizado la idoneidad de otras iniciativas aberrantes. Una de ellas ha consistido en la normalización de Bildu como socio implícito y explícito de la legislatura nacional y del Gobierno socialista de Navarra.

Le gusta a Sánchez hurgar en el pasado y organizarle sesiones de espiritismo a la momia del caudillo, pero el ejercicio retrospectivo parece haber subordinado la memoria del terrorismo etarra. Bildu sigue aplaudiendo a los pistoleros que salen de prisión y se niega a condenar las atrocidades. Es la perspectiva desde la que escandaliza el blanqueo y condescendencia con que Iglesias y el PSOE entronizan a Bildu como un socio homologado y homologable, entre otras razones, porque el abrazo al soberanismo y la división de la derecha garantizan a Sánchez un escenario de permanente victoria que acostumbra a solemnizarse en el Parlamento. Es allí donde Pedro el Grande ha sugestionado a las señorías. Donde ha glorificado la moción de censura de Abascal. Y donde ha conseguido desactivar el poder legislativo.

La prórroga de seis meses al estado de alarma implica una eutanasia temporal de la Cámara Baja que Sánchez transforma en la coartada de su hiperliderazgo. No ya porque el poder ejecutivo se abstrae de un contrapoder elemental, sino porque la voracidad política del presidente del Gobierno explica el acoso al poder judicial. Por eso quería domesticarlo. Y por la misma razón intentó organizar a su antojo la reforma del CGPJ en una operación relámpago a la que puso freno la estupefacción comunitaria.

Ha logrado un estado de gracia político. Debe reconocérsele la habilidad del trilero, la eficacia con que juega las partidas simultáneas de ajedrez

Un año ha sido suficiente para identificar cuánto le molestan a Sánchez los espacios de control. La intolerancia hacia los poderes legislativo y ejecutivo explica mejor la iniciativa de controlar la prensa. Y de someterla a un régimen de verificación y de censura que emula las pulsiones de los sistemas de propaganda populistas. La excusa consiste en la seguridad nacional, la prevención de la injerencia extranjera, pero la verdadera razón radica en abortar los focos hostiles a la doctrina monclovense.

Sánchez ha logrado un estado de gracia político. Debe reconocérsele la habilidad del trilero, la eficacia con que juega las partidas simultáneas de ajedrez. Ya sabemos que hace trampas. Que carece de ideología y de escrúpulos. Y que se ha despojado de cualquier límite ético, pero unas y otras observaciones no contradicen su extraordinaria vitalidad ni discuten la obediencia con que Vox cae en la trampa de la polarización para malograr la expectativa de proyecto opositor. No puede haberlo con la derecha fracturada ni con la docilidad de Ciudadanos, cuya transigencia ha alcanzado al extremo de proporcionar a Sánchez los poderes extraordinarios de los seis meses de alarma. Tiene embelesada a Inés Arrimadas. Y va camino de jibarizar a Pablo Iglesias, cuya decadencia electoral explica al mismo tiempo la obstinación con que el líder populista se aferra a la casta vicepresidencial.

Ni la pandemia ni la crisis económica han deteriorado el porvenir del presidente del Gobierno. Se diría incluso que el cargo se le ha quedado pequeño. Y que le incomoda la existencia de un Rey al que ha procurado maltratar y humillar, no digamos cuando se le impidió desplazarse a Barcelona porque el monarca podía irritar a los compadres soberatas.

Sánchez siempre gana. La precariedad parlamentaria con que iniciaba la legislatura predisponía un mandato de incertidumbre y provisionalidad, pero el líder socialista gobierna como si tuviera mayoría absoluta. O como si ni siquiera la necesitara, porque su reino no es de este mundo.