Francisco Rosell-El Debate

En la víspera del covid-19, una pandemia de la que aún estar por cifrar el número real de víctimas y de cuya excepcionalidad se valió Pedro Sánchez para reforzar su poder cerrando incluso las Cortes, el expresidente Felipe González tuvo el acierto de alertar de la deriva española hablando de la Venezuela de Maduro en medio del «eso aquí no puede pasar» cuando ya arraigaba la semilla y crecía a matojos con el conformismo ciego. En una cena con empresarios de ambas orillas atlánticas —entre ellos, expatriados que vivían entre Madrid y Miami—, González les aclaró que el régimen bolivariano era «peor que una dictadura; una tiranía» dado que, en una dictadura, uno conoce los riesgos que corre y sabe a qué atenerse; en una tiranía, por el contrario, la discrecionalidad es absoluta. «Con Franco —señaló—, yo era consciente de la pena que me podía caer si me pillaban con propaganda ilegal o incurría en asociación ilícita; con Maduro, la arbitrariedad no conoce leyes ni tribunales». «Cuando se apela a que la democracia está por encima de las leyes —subrayó—, se está en la antesala de que resuenen los tambores de los tiranos»

En aquella cita en una de las cuatro torres hercúleas que parecen soportar la bóveda celeste de Madrid, González ofició como si fuera San Isidoro de Sevilla, cuyo nombre usó como apodo en el tardofranquismo, y habló a tumba abierta de la Venezuela devastada por los «roborrevolucionarios» fiado en que ese no fuera el porvenir de una España en la que ya para entonces los hijos políticos de la satrapía se habían encamado con quien había negado esa posibilidad porque no podría dormir como el 95 % de los españoles, pero que ha hecho suyo el programa de «Pudimos» tras sortear su «sorpasso». Atendiendo a que «los hombres son tan crédulos, y tan sumisos a las necesidades del momento, que el que engaña hallará siempre quien se deje engañar», según Maquiavelo, Sánchez resulta un gran mentiroso con desparpajo como para exigir encima explicaciones al engañado.

Al consumarse el pucherazo de Maduro y su ilegítima toma de posesión tras la rotunda victoria de la oposición, González ha vuelto a la carga —esta vez en un curso sobre liderazgo dirigido por la exministra y exdirigente del PP, María Dolores de Cospedal— para proclamar su perplejidad con la cómplice pasividad del Gobierno con una dictadura a la que no se digna llamar por su nombre y a la que Sánchez soslaya en su conclave último con el cuerpo diplomático, a la par que designa un embajador del gusto del opresor para la legación de los enjuagues de Raúl Morodo y de la encerrona a Edmundo González.