ISABEL SAN SEBASTIÁN-ABC

  • Negarse a condenar los crímenes de Hamás, como han hecho dos de sus ministros, es abrazarse a la esvástica

Sánchez ha viajado Israel con el propósito de ofender a Netanyahu; el único primer ministro elegido democráticamente de cuantos gobiernan en Oriente Próximo. Mes y medio después de sufrir el atentado terrorista más cruel y despiadado de su historia, la mayor matanza de judíos perpetrada en un solo día desde los tiempos del Holocausto, el dirigente hebreo ha tenido que oír de labios de su invitado consejos paternalistas sobre cómo lidiar con las bestias de Hamás empeñadas en exterminar a todos sus compatriotas. Su reacción ha sido acorde a lo sucedido, expresando su protesta formal al embajador y anunciando que no habrá delegación israelí en el foro Unión por el Mediterráneo convocado el lunes en Barcelona. Si Albares y su jefe pretendían organizar una cumbre de paz semejante a la de Madrid, ha quedado demostrado que el empeño les queda muy grande.

La actuación del presidente en Jerusalén es lo opuesto a la que se espera de un estadista. De hecho, le llevaría a suspender clamorosamente no ya las oposiciones al cuerpo diplomático, sino cualquier examen de relaciones internacionales que no fuera corregido por un profesor de Podemos. Cuando ya todos los líderes del mundo libre habían acudido a la nación atacada con el fin de mostrarle apoyo y solidaridad incondicionales, desembarca el español, amparado en la presidencia temporal de la UE, para regañar a su anfitrión por, según él, excederse en la respuesta. Fingiendo no haber visto las pruebas irrefutables que ponen al descubierto cómo Hamás utiliza impunemente a los civiles palestinos obligándolos a convertirse en sus escudos humanos. Pasando por alto con nauseabunda equidistancia la existencia sobradamente documentada de incontables túneles, refugios o arsenales secretos construidos por los terroristas bajo hospitales, escuelas, edificios ocupados por organismos internacionales y otros lugares presuntamente inviolables. Haciendo gala de una arrogancia infinita, de una insoportable superioridad moral al permitirse dar lecciones sobre el combate contra el terrorismo a quien lleva décadas sobreviviendo a la peor clase de fanáticos genocidas.

Repugna y avergüenza el comportamiento de Pedro Sánchez, aunque no sorprende. Su política antiterrorista consiste en ceder al chantaje de los pistoleros y convertirlos en socios parlamentarios, tal como ha hecho con ETA y Bildu. Más pronto que tarde les entregará Navarra, además de servirles en bandeja el gobierno del País Vasco. Y no descartemos que acabe amnistiando o indultando a sus asesinos más sanguinarios. Sucede, no obstante, que las exigencias de Hamás van más allá de la amputación territorial o la rendición de los principios. Los dueños y señores de Gaza pretenden aniquilar a todos los judíos del orbe, empezando por los que residen en el Estado de Israel. La lucha allí es a vida o muerte. Tomar partido por los asesinos al negarse a condenar sus crímenes, tal como han hecho dos ministros del gabinete sanchista, es abrazarse a la esvástica.