Isabel San Sebastián-ABC

  • La figura de la presidenta madrileña se agiganta entre la mayoría de los españoles ávidos de alternativa

Algún psiquiatra curioso, provisto de tiempo libre, debería llevar a cabo un estudio de la emoción patológica que provoca Isabel Díaz Ayuso en Pedro Sánchez. Un análisis pormenorizado de la naturaleza de esa obsesión, porque estamos ante un fenómeno que trasciende con creces lo político para adentrarse de lleno en un territorio turbio, susceptible de dar lugar a toda clase de escabrosidades.

Cada vez que le estalla un escándalo al caudillo socialista, y son ya muchos en muy poco tiempo, su defensa consiste en atacar con saña creciente a la presidenta madrileña. Sin rubor y sin medida. Señalándola con nombre y apellidos desde el banco azul del congreso o cualquier otra tribuna que le brinde la opción de tildarla impunemente de corrupta. La explicación simplista de estos ataques pasa por asegurar que desde las filas socialistas se pretende difuminar la investigación judicial por tráfico de influencias y corrupción en los negocios que pesa sobre Begoña Gómez, esposa de Sánchez, equiparando su situación a la de Alberto González Amador, pareja de Ayuso, sujeto, como miles de españoles más, a una inspección de la Agencia Tributaria cuya resolución estaba negociando con la propia Hacienda y con la Fiscalía de Madrid cuando se produjo la filtración que ha dado lugar a la imputación del fiscal general, Álvaro García Ortiz, por parte del Tribunal Supremo. Si ese fuera el caso, estaríamos ante una maniobra sucia, propia de la deriva característica del sanchismo, sin mayores connotaciones. Un ejercicio de matonismo impropio de la democracia, aunque semejante al puesto en marcha de forma sistemática contra periodistas, medios de comunicación, jueces y cualquier otro individuo o colectivo dispuesto a enfrentarse a los abusos del poder. Pero es que en el caso de Díaz Ayuso la cosa va mucho más allá. La inquina que ella despierta en el «1» resulta enfermiza. En todos los argumentarios que repiten como papagayos los dirigentes del PSOE y sus acólitos mediáticos ocupan un lugar destacado los ataques dirigidos a su persona. Es el blanco de su peor bilis. La pieza a batir por encima de cualquier otra. ¿Por qué? Tengo para mí que la valentía y resiliencia de Ayuso, una mujer brava, exasperan a un hombre acostumbrado a imponerse por la fuerza. Tampoco le perdona sus humillaciones en las urnas madrileñas, donde ha derrotado por goleada a los sucesivos candidatos enviados por la izquierda a combatirla, incluido Pablo Iglesias. Ni que vaya de frente contra él, abanderado de la mentira. O que se atreva a plantarle cara y rechace acudir a la Moncloa para regalarle una foto, mientras su pareja, calumniado, anuncia demandas por difamación. Esa actitud gallarda ha convertido a Isabel en la pesadilla de Sánchez, o quién sabe si su sueño húmedo, a la vez que agiganta su figura entre la mayoría de los españoles, hartos de sanchismo y ávidos de alternativa.