FRANCISCO ROSELLEL MUNDO

Muchos ríos de tinta han discurrido sobre el supuesto beso a la manera mafiosa entre quien encarnó el poder político en la Italia de la posguerra mundial hasta derruirse a causa de Tangentópolis, Giulio Andreotti, siete veces presidente y 20 ministro, y el sanguinario jefe de Cosa Nostra, Salvatore Totò Riina, condenado a 13 penas de cadena perpetua. De ese modo característico de organización secreta, habrían sellado así un aparente pacto del diablo entre el Estado y la Mafia para borrar la línea divisoria entre la ley y el delito.

Aquel ósculo casi imperceptible que el capo mafioso depositó, al parecer, en la mejilla de Il Divo, encierra la escena capital de la película de igual título. En esta cinta, el napolitano Paolo Sorrentino retrata a aquel divino, por eterno, dirigente de la Democracia Cristiana y senador vitalicio que, según la Corte de Apelación, había sostenido «una auténtica, estable y amistosa disponibilidad (…) hacia los mafiosos hasta la primavera de 1980». No obstante lo cual, aquel profesional del poder se fue de rositas al haber prescrito el delito.

«¿Usted me ve besando a Andreotti?», objetó el padrino Riina al ser inquirido. Al tiempo, eso sí, proclamaba su consideración por «un caballero» en cuyo modo de hacer política se reconocía. Al margen de la plasmación afectuosa de esa componenda –se ironizaba con que no cuadraba en un Andreotti que, si acaso, besó, en su vida, un par de veces a su esposa–, pocas incógnitas se albergan ya de que la Piovra, el pulpo gigante que designa a la Mafia, se adueñó del Estado y lo aprisionó entre sus tentáculos.

De igual manera, sin existir evidencia gráfica de que se haya refrendado mediante alguna muestra de común cariño, sí que hay constancia de cómo Pedro Sánchez ha hecho que pasara lo que dijo que nunca pasaría: pactar con Bildu, el brazo político de la banda terrorista ETA. ¿Cabe imaginar a Macron sacar adelante una votación con los secesionistas corsos, a diferencia de un Sánchez que no tiene ningún escrúpulo en plegarse por su ambición de poder? Ha pasado de darse el abrazo con Ciudadanos a darse el pico con la serpiente del separatismo filoetarra.

Certifica así que está dispuesto a lo que sea y como sea con tal de permanecer en el poder, rebasando si menester es todas las líneas rojas. Merced al voto determinante de Bildu, que se regodeó con los ruegos del PSOE, la Diputación Permanente del Congreso convalidó el jueves media docena de decretos electoralistas que permitirán a Sánchez ir al encuentro de las urnas en condiciones de ventaja.

En pago, blanquea a los filoetarras que se concedieron al día siguiente bailar sobre las tumbas de sus víctimas en un pleno del Parlamento vasco en el que, con el voto de los socialistas, se humilló a la Policía. Con la excusa de depurar extrajudicialmente los abusos policiales que se pudieran haber registrado entre 1979 y 1999, se busca avalar el relato etarra sobre un supuesto conflicto entre dos frentes, cual remedo de cuarta guerra carlista. Mejor le valdría a Sánchez atenerse al consejo del ex alcalde socialista de Madrid Enrique Tierno Galván: «El poder es como un explosivo, o se maneja con cuidado, o estalla».

Claro que, si no te importa que tus socios independentistas escupan a tu ministro de Asuntos Exteriores, por qué habría de molestarte que los defensores del terrorismo de ETA insulten a las Fuerzas de Seguridad del Estado comparándolas con los «nazis de Nuremberg», mientras la presidenta de la Cámara ampara al energúmeno y el lehendakari se cruza de brazos. No es ya que hayan dejado solos a los muertos, como en el poema elegíaco de Bécquer, es que se afrenta su memoria y se deja en un estado de indefensión a quienes pagaron un alto precio por la defensa de la democracia y la libertad en España.

Va a resultar una trágica profecía lo que, coincidiendo con el vil asesinato en 1998 en Sevilla del matrimonio Jiménez Becerril a manos de ETA, uno de sus criminales en serie, Juan Ignacio de Juana Chaos, vociferó relamiéndose de placer: «Me estoy tragando todas las noticias del atentado de Sevilla. Me encanta ver las caras desencajadas que tienen». Con aquel festín de sangre, el carnicero fanfarroneaba de haber comido para un mes. «En la cárcel, sus lloros son nuestras sonrisas y terminaremos a carcajadas limpias», auguraba aquel desalmado para el que luego cargos socialistas reclamaron prisión atenuada sometiéndose al chantaje de su huelga de hambre.

Pocos imaginarían que la burla procaz de este Hanníbal Lecter, que festejaba los sepelios requiriendo champán y marisco, a la vez que se reía a mandíbula batiente de las lágrimas de los huérfanos, fuera una premonición hecha realidad en la sonrisa de hiena de Otegi y los suyos tras los requiebros hechos desde La Moncloa.

Justo a los pocos meses de aquella estomagante foto con la dirigente socialista Idoia Mendia, bajo el titular periodístico La mejor receta de la política. Aquel fraternal menú de Navidad sólo movió la marcha del PSOE de José María Múgica, cuyo padre fue asesinado por ETA, pero de nadie más, por mucho malestar que desencadenara en las filas socialistas. Bamboleándose entre la indiferencia y la indignación, se facilita que a una calamidad la supla otra peor.

Sánchez marcha por la senda de Zapatero cuando con la mano derecha firmaba el Pacto Antiterrorista con el PP y con la otra autorizaba negociaciones bajo cuerda con ETA por medio de Eguiguren, a quien aquél le confiaría que se planteó conceder indultos a presos de ETA en la tregua del 2006. Con perspectiva del tiempo transcurrido, cobra una nueva dimensión y sentido el encuentro reservado que el pasado 8 de septiembre –tres meses después de la investidura Frankenstein que entronizó a Sánchez con sólo 84 escaños– sostuvieron Zapatero y Otegi en el mismo caserío de Elgóibar donde tuvieron lugar los contactos entre el PSOE y ETA, a instancias del ex presidente, que fraguó aquella tregua-trampa que se interrumpió con los brutales asesinatos de dos inmigrantes ecuatorianos en el aparcamiento de la Terminal 4 del aeropuerto de Barajas.

Aunque aparentemente la cita reservada fue auspiciada por Otegi y guiada por su deseo de conocer personalmente a quien se había referido a él como un hombre con un «discurso de paz», obviando su pasado terrorista y su participación en el atentado contra un hombre clave de la Transición como Gabriel Cisneros, parece que Zapatero estableció una conexión que se ha revelado propicia para quien parece resuelto a conectar los contenciosos vasco y catalán para que implosionen a la vez subvirtiendo irremisiblemente España. No en vano Bildu colabora estrechamente con ERC –con quien a su vez persigue pactar el PSC en Cataluña–, e irán coaligados a los comicios europeos.

El resucitado Zapatero, aquí y en Venezuela al servicio de Maduro, con su pacto mefistofélico con los nacionalistas y su empecinamiento en resucitar aquella bipolarización cainita que entenebreció siglo y medio de la Historia de España, pero que parecía felizmente suturada con una modélica Transición, mudó de raíz el PSOE que heredó de González y ahora sirve de modelo a Sánchez. Zapatero, lejos de ser un rehén nacionalista, compartió los intereses de éstos persiguiendo el aislamiento y el fraccionamiento del PP, y su sucesor lo secunda cuando debiera saber que, cuando el diablo reza, engañar quiere.

A este propósito, se hace presente, si bien cambiando de destinatario, la epístola moral que, en una encrucijada similar como la que de estos días en las Cortes y en el Parlamento vasco, le dirigiera Pilar Ruiz Albisu, madre de Joseba Pagazaurtundua, asesinado por ETA, al entonces líder del PSE, Patxi López. «Patxi –le interpelaba con vigor y coraje–, ahora veo que, efectivamente, has puesto en un lado de la balanza la vida y la dignidad, y en el otro el poder y el interés del partido, y que te has reunido con EHAK. Ya no me quedan dudas de que cerrarás más veces los ojos y dirás y harás muchas más cosas que me helarán la sangre, llamando a las cosas por los nombres que no son. A tus pasos los llamarán valientes. ¡Qué solos se han quedado nuestros muertos, Patxi! ¡Qué solos estamos los que no hemos cerrado los ojos!».

Aquel «tú me dijiste que nada de eso pasaría» resuena como un aldabonazo en la conciencia de muchos demócratas, pese a que haya que convenir con Maquiavelo que «los hombres son tan obedientes a los apremios del presente que aquél que miente halla siempre a quien se deja engañar».

A resultas de esa deriva, en vez de contener el proceso independentista desatado en Cataluña, éste se extendería a gran parte de España, lo que pondría en riesgo su existencia como nación. Todo como colofón de aquel movimiento tectónico que se desencadenó en diciembre de 2003 cuando Maragall, alzando el brazo de Zapatero, a cuya elección como secretario general del PSOE contribuyó, marcó el surgimiento de una asimétrica España confederal en la que Cataluña decidiría sobre su propio destino, al tiempo que se reservaba hipotecar el de España.

Un aventurero Zapatero había proclamado que aceptaría el nuevo Estatuto que saliera de un Parlamento en el que sería decisorio el voto independentista de un Carod-Rovira que se echó al monte de Perpiñán pactando con ETA que Cataluña quedara fuera de la línea de fuego de la organización terrorista.

En este lapso, como ya se registrara durante la II República, se ha corroborado lo inútil que resulta intentar saciar la voracidad de los partidos nacionalistas, pues eso supone desconocer su naturaleza e ignorar que hasta que no consigan su objetivo último no pararán. Mientras tanto, entregada al desentendimiento del avestruz, la gente se empeña en desoír los mensajes de la Historia, en vez de atenderlos para evitar el retorno a dolorosas encrucijadas.

Sánchez, como antes Zapatero, difícilmente podrá lograr el acomodo constitucional del nacionalismo soberanista, cuyas algaradas achacan a la política cimarrona del PP. Es más, al igual que ocurrió cuando Maragall recurrió a ERC para sobrepasar a Convergència, la estrategia cortoplacista del PSOE puede provocar que el PNV no se limite a recoger las nueces del árbol que agitan los filoetarras, como esta misma semana cosechando nuevas transferencias, sino que se radicalice para no perder pie con un Bildu con quien tiene firmado un borrador de nuevo Estatuto vasco desafiantemente inconstitucional.

Como ponderó el gran escritor y político Benedetto Croce, al ver cómo su país se rendía sin lucha al fascismo, «ni lejanamente se me hubiera ocurrido pensar que Italia se dejara quitar de las manos la libertad que le había costado tantos esfuerzos y que su generación la consideraba conquistada para siempre». Pero, ante la felicidad gozosa de protagonista del Titanic que no repara en el hundimiento hacia el que se precipita chocando con el inadvertido iceberg, ¡qué han de importar estas bagatelas a un gobernante que hace de la conservación del poder su máxima preocupación!

Mucho menos si la ciudadanía se mueve entre el dulce letargo y la honda apatía, y se muestra fácil de contentar con un par de arrumacos y jeribeques como los que se prodigan en estas vísperas electorales. De producirse una reedición del Gobierno Frankenstein por Sánchez, quien pretenderá además presentarlo como irremediable a causa de la ceguera de los constitucionalistas, habrá que exclamar como aquel eximio Lord del Almirantazgo británico: «¡Otra victoria más y estamos perdidos!».