Juan Carlos Girauta-ABC
- La bandera de España es para mí el Derecho y el derecho, y quien permite en su presencia que se la invierta queda para siempre del revés
Desde la humillación marroquí de la bandera veo a Sánchez invertido todo el tiempo. No puedo evitarlo. Iré al médico a que me recete algo, no sé si para el vértigo o para las alucinaciones. Pero antes del paso farmacológico, practicaré el autoanálisis. Uno ecléctico, sin especial sujeción a una escuela psicológica en particular. Procedo y vuelvo.
Hecho. Les cuento cómo ha ido. Tras adolescentes devaneos con un radicalismo que no puedo calificar de político pese a su estética -pues era del todo ajeno a la cosa pública y del todo propio de la cosa púbica- accedí por fin a la sensatez. Al borde de mi mayoría de edad se celebró el referéndum de la Constitución. No pudiendo votar, rogué a una persona cercana y abstencionista que lo hiciera por mí. Concretamente, vamos a contarlo todo, se trataba de la que había sido mi aya, que seguía en casa como cocinera. Así lo hizo.
No puedo evitar la digresión: Juanita, que así se llamaba la queridísima y añorada mujer que me hacía la merienda cuando crío mientras me sometía al Consultorio de Elena Francis, le cogió el gusto a votar. En las elecciones de marzo del 79 dijo haber votado «a las monjas». Demandé una aclaración. No supo dármela hasta que le mostré varias papeletas y señaló «¡esta!». Había votado a la UCD. La relación que se había formado en su mente entre Suárez y las monjas fue objeto de debate familiar. Se impuso la conclusión de que, votando al centro, lo estaba haciendo en contra de aquellos que, en su juventud, habían asesinado a millares de religiosos. Yo me incliné por el PSOE. Nada sabía de Largo Caballero, de Prieto ni de Negrín. Y si lo hubiera sabido, lo cierto es que González solo compartía con ellos las siglas. Así que le habría votado igualmente.
Era un PSOE patriótico que apostaba por la concordia y sostenía posturas que hoy rechazaría cualquier izquierdista, además de tres cuartas partes de los populares. Defendía la mili obligatoria como elemento de cohesión, se oponía a derribar estatuas por razones ideológicas y tenía en el punto de mira a Convergència. Por desgracia, el PSOE del antagonismo, el de las dos Españas, regresaría con Zapatero -ahora lobista o trujimán de autocracias varias- y se consolidaría con Sánchez.
Mis valores no se han alterado en todos estos años, mientras el PSOE experimentaba el espectacular vuelco descrito, el centro guadianeaba y la derecha se daba al seguidismo. No se ha movido un milímetro mi fidelidad a los valores de la Transición y a la Constitución del 78. Tampoco mi aversión a la destructiva ideología del nacionalismo. Esta coherencia me fue obligando a cambiar de partido, para escándalo de mentecatos que confunden el apego a unos principios con la defensa a machamartillo de unas siglas políticas. Por eso la bandera de España es para mí el Derecho y el derecho, y quien permite en su presencia que se la invierta queda para siempre del revés.