Miquel Giménez-Vozpópuli

  • La cosa empieza a ser algo más que una duda razonable

¿Recuerdan ustedes cuando Iceta tenía que ser presidente del senado? Desde Moncloa se difundió a los cuatro vientos la noticia, haciendo hincapié en la personalidad del interesado. Consecuencia: los separatistas, por primera vez en la historia del parlamento catalán, se negaron a votar a Miquel Iceta como senador autonómico. Desde siempre cada partido ha presentado a sus diputados para ejercer el cargo de senador por designación de la cámara autonómica sin que hubiese la menor polémica. Al fin y al cabo, cada partido nombra para el puesto a quien mejor le parece. Pero en esa ocasión los integrantes del bloque separatista vivieron aquel bombo y platillo como una provocación. Fue, sin duda, una operación que debía haberse llevado con tacto, discreción y una ausencia total de alharacas. Iceta quemó su cartucho para presidir la segunda cámara y, de paso, se quemó él.

El primer secretario reprochó en privado a Moncloa que se hubiese hecho pública tan pronto su candidatura, pero Iván Redondo, que se mal lleva con el primer secretario del PSC al que considera amortizado, le respondió que los tiempos en política los marcaba el presidente. Algo parecido acaba de suceder con Salvador Illa y su candidatura a la presidencia de la Generalitat por designación áulica. Qui mana mana i els collons a la butxaca, decimos en mi tierra. Pero el momento de lanzar esa bomba que, efectivamente, ha aumentado de manera espectacular el crédito electoral de los socialistas, ha sido un dardo envenenado contra Illa y el PSC. Existían dos estrategias. La primera aconsejaba esperar a ver si las elecciones se mantenían el catorce de febrero, pues todo indicaba que deberían aplazarse debido al incremento de la curva de contagios e ingresos en UCI por coronavirus en Cataluña. Exponer mucho tiempo a Illa en su doble calidad de ministro y candidato le hacía vulnerable al desgaste. Por otra parte, el efecto Illa se iría amortiguando a medida que pasasen las semanas.

Esa tesis, la más aconsejable como estrategia política, es, justamente, la que se ha desestimado. Iván Redondo ha insistido, y mucho, en que se hiciera público que Iceta no iba a ser el cabeza de lista, sino Illa. ¿Desconocía los argumentos expuestos anteriormente? En absoluto. ¿Qué ha ganado con quemar antes de tiempo a un buen candidato? Nada. Se estarán preguntando por qué el ideólogo del sanchismo se pega un tiro en el pie, pero es que para el núcleo duro de Moncloa, el que tiene despachos en el complejo Las Semillas, lo del PSC está más que visto. Si hasta ahora la estrategia de estructura territorial pasaba por el federalismo asimétrico parido en su día por Pascual Margall, la asimetría ahora la dictan PNV, Esquerra, Podemos y, no en menor medida, Bildu, espantajo con el que Sánchez intenta meterle miedo al nacionalismo vasco para convencerles de que no son los únicos con los que se pueden pactar leyes.

La estrategia no pasa ahora por Iceta, sino por Esquerra y En Comú Podem. Sánchez quiere un PSC con unos resultados como para ser indispensable de cara a ese tripartito del que todos hablan pero que nadie admite

La estrategia no pasa ahora por Iceta, sino por Esquerra y En Comú Podem. Sánchez quiere un PSC con unos resultados como para resultar indispensable de cara a ese tripartito del que todos hablan pero que nadie admite. Ahora, de ahí a que Illa gane las autonómicas hay un mundo y Esquerra no quiere que nadie le dispute el pódium.

Otro elemento más. Es muy posible que en las próximas semanas Sánchez indulte a los presos del 1-O. Una gran baza para Esquerra de cara a su electorado, al que podría decirle que pactar con el PSOE da resultados, pero erosionará indudablemente a Illa. En política no existen amigos, aliados ni socios. Solo intereses. Y, para desgracia de Iceta, Illa y los socialistas catalanes que tanto y tanto han influido en Sánchez ahora le toca a otros, a aquellos de los que Sánchez depende en el Congreso para que le presten sus votos.

Fatalidad, llaman los necios al destino.