Daniel Ramírez-El Español
En una coreografía febril, el Gobierno fue subiendo progresistamente su versión del apagón: empezaron diciendo que no era para tanto y han acabado sosteniendo que fue una maravilla. Lo más sofisticado que ha quedado de este suceso de verdad histórico ha sido una lista de Spotify titulada «Pedro Sánchez, Apocalypse now». Y como si no hubiera dejado de escucharla desde entonces, en medio de ese fin del mundo dulcificado y prometedor, estaba el presidente golpeando rítmicamente el escaño con las manos a las nueve menos dos minutos de la mañana.
Venía a meterlo todo en una misma comparecencia: los trenes, el gasto en Defensa, el apagón. En medio de sus manos de improvisado batería apocalíptico, había un montón de carpetas y un enorme taco de folios escrito en Moncloa. Hasta 2018, cuando Sánchez llegó a la presidencia, sólo había una cosa más sangrienta que los toros: las oposiciones. Ya hay dos: las oposiciones y las comparecencias del jefe del Ejecutivo.
No sabemos de dónde sacan a los invitados que se colocan a nuestra izquierda, en la tribuna de invitados, que está junto a la tribuna de prensa, pero es como si los ametrallaran con melatonina. Esta mañana, Sánchez ha superado a Perico Delgado y sus retransmisiones del Tour como mejor remedio contra el insomnio. Otra muestra de civismo y escudo social.
El caso es que ya sabíamos que el Gobierno había afianzado su versión del apagón como verbena, pero no es lo mismo que te lo cuente un gabinetero en un mensaje prefabricado que escuchárselo al jefe de la nación en la tribuna del Congreso.
Bajaron el número de delitos y de incidentes en la carretera. Sólo tardamos ocho, nueve o diez horas en recuperar la luz. «Esa es la fortaleza del sistema», ha dicho. En lugar de relatar un fallo hasta ahora inédito parecía que estaba desmigando el éxito de una receta política implantada desde Moncloa.
Para mantenernos despiertos entre tanto dato, hemos recordado las manos de Sánchez golpeando el escaño. No sólo nos hemos mantenido despiertos; también felices. ¡Éramos mejores! ¡Somos mejores! Tan, tacatán, tocaba Sánchez. Las visitas a los abuelos que no hacíamos. Tan, tacatán, el abrazo a los vecinos que no saludábamos. Tan, tacatán, la barra de pan regalada al de enfrente. Tan, tacatán, estar con los amigos sin mirar el móvil. Tan, tacatán, tocar la guitarra en el asfalto. Tan, tacatán, amar. ¡Amar sin medida en la oscuridad! ¡La luz del mundo era el negro! Tacatán, tan, tan.
Da igual que todavía no sepamos si el Gobierno erró en su gestión durante el apagón, no importa que todas esas cosas enumeradas por Sánchez fueran ajenas a la acción política. Salió tan bien que, si vuelve a ocurrir, lo que es una admitida posibilidad, volveremos a disfrutarlo. No es que Sánchez haya dedicado hora y media a escurrir el bulto; es que ha vampirizado un civismo social que no le corresponde a él ni a ninguna otra fuerza política.
A nosotros, lo de Sánchez esta mañana nos ha recordado a lo de anoche con el Barça. Porque ha contado el presidente que hubo tres «perturbaciones» del sistema inmediatamente previas al apagón. Nuestro sistema, que es muy fuerte, salvó una, ¡uy!, salvó otra, ¡vamos!, y acabó cayendo ante la tercera. Si perdimos, fue por muy poco y tras haber jugado un partidazo.
«En otros países, los apagones han durado días», nos ha recordado por si osáramos creer que el hecho de que la cuarta economía del euro quedara sin luz, en 2025, y durante casi un día entero, sea motivo de preocupación. Por si osáramos reclamar el conocimiento de lo sucedido.
«En las series nos habían contado que un apagón bastaría para traer el colapso y el desorden. Quizá sea así en otros países, pero no en España. Los españoles sacaron lo mejor de sí mismos». Hablando en serio, la comparecencia iba tomando una dimensión a medio camino entre la comedia y el surrealismo. La pena es que, al no haber guion y por culpa del sueño, el público invitado se pierde –nos perdemos– muchos de los mejores momentos.
Por ejemplo: las risas no han sido lo sonoras que merecían cuando Sánchez, desorientado entre todos esos papeles que le inundaban la tribuna, ha arqueado las cejas y ha dicho tras mencionar algunos datos: «¡Esto no me lo invento!». Y en lo otro, doctor Freud, en ese mundo mágico de lo inventado, ¿cuánto entra del resto de la comparecencia? ¿Y del resto de la legislatura?
–Fascistas, abrid los ojos, ¡mirad esa ardiente oscuridad!
–Sólo queremos saber qué ha pasado…
Elucubrábamos para mantener los ojos abiertos, pero eso no nos llevaba a ninguna parte. Ha sido mejor el ritmo del bongó. Las manos de Sánchez en el escaño. Otra vez. Tan tacatán, qué abrazo le diste a tu madre. Tan tacatán, no habías querido así a tu familia en la vida, Julio. Tan tacatán, qué maravilla los jóvenes disfrutando de la radio. ¡Begoña, apaga las luces!
Hemos alumbrado algo de esperanza cuando Sánchez ha asegurado que, pese a lo bien que salió todo, el Gobierno quiere saber qué sucedió en el apagón. No ha hablado de Red Eléctrica, de que es él quien, en el fondo, dirige a esta matriz, y ha apuntado a las empresas del sector. Ha acuñado el concepto de los «ultra ricos». ¡Asquerosos ricos!, que diría el profesor Rodríguez Braun.
El problema de que Sánchez sea el primero en hablar es que uno entra en la ciudad nueva con el plano equivocado. Ha acusado el presidente al jefe de la oposición de estar en contra de las renovables, de haberse vendido a los ricos y de estar conspirando para tumbar el sistema. Luego sale Feijóo y dice que él quiere potenciar todavía más las renovables solo que revisando si una excesiva y temprana preponderancia está jodiendo el sistema. Pero Feijóo se defiende veinte minutos y Sánchez habla sin límite de tiempo.
El problema de estas comparecencias es el formato. Como dice Peláez, deberían ser a puerta cerrada y con inhibidores, igual que los cónclaves papales. Luego ya entraremos a rescatar los cuerpos dormidos para llevarlos a sus despachos. No es más democrático el presidente que más comparece, sino el que más ruedas de prensa da –con más turnos de preguntas– y el que más asoma el cuello a los medios de línea editorial contraria.
45 minutos dura la lista apocalíptica de Sánchez en Spotify. ¿Y si la tomamos como medida de máximos para una comparecencia? ¡Qué hacemos con tantos minutos vacíos! ¿Adónde van? ¿Son detectados por las empresas de desechos espaciales?
Días como hoy nos permiten concluir que Sánchez se ha consolidado como la resurrección futbolística de Guti en el Congreso. Habita mucho mejor la crítica que el halago; el caos que el sosiego. La trama de Ábalos, lo de la mujer, lo del hermano, el lío de la Opa, el apagón, la parálisis de los trenes… Y él, a las nueve menos dos minutos, tocaba el bongó en el escaño. Tacatán, tan, tan.