Rubén Amón-El Confidencial
- La aprobación inequívoca de los presupuestos confirma la estabilidad engañosa del presidente, cuya credibilidad es tan escasa como el tiempo de que dispone para verificar los milagros
Impresiona la eficacia con que Pedro Sánchez saca adelante las grandes iniciativas de la legislatura. El Parlamento le ha sido leal y constante en las principales iniciativas legislativas. Y la mayoría precaria con que gobierna no le ha impedido tampoco ahora anunciar el milagro de los presupuestos.
Los ha concebido mano a mano con Yolanda Díaz. Y ambos se los han restregado a Podemos, de tal manera que la decrépita formación morada se resiente de su papel gregario y de su decadencia. Las lágrimas de Echenique —vivienda, Defensa— no van a descarrilar las cuentas de Sánchez, como no van a hacerlo las bravuconadas de Gabriel Rufián cuando decía que el líder socialista iba a sudar el apoyo de ERC a los presupuestos.
No le importa a Sánchez exponerse al esfuerzo físico y mental de la negociación ni hacer otras concesiones al chantaje soberanista, pero las distensiones formales de las jornadas parlamentarias que se avecinan en absoluto comprometen “el mayor gasto social en la historia de la democracia española” ni la estabilidad del sanchismo… ¿Hasta cuándo?
Sánchez tiene un problema de credibilidad. Y tiene un problema con el tiempo. Los presupuestos aspiran a granjearse la serenidad de los pensionistas y de los funcionarios, pero la estrategia asistencialista y clientelar del patrón monclovense ha de sobreponerse a la agonía de su propia ejecutoria. No porque esté en peligro la legislatura contemporánea, sino porque ya resulta inconcebible que pueda emprender la siguiente.
Sánchez gobierna con estabilidad. Y lo hace con un temporizador. “Tic, tac, tic, tac”, diría Pablo Iglesias. No hay contradicción en el planteamiento. La expectativa de regar con dinero y promesas la voluntad de los votantes tiene que corresponderse a la evidencia y eficacia en la economía doméstica.
Sería la manera de sobreponerse a la coreografía de las inercias adversas. Las más evidentes consisten en el desgaste personal y en los contratiempos que jalonan el ciclo autonómico adverso (Madrid, Castilla y León, Andalucía), pero también influyen la unanimidad de las encuestas, la irrupción transversal del candidato Feijóo, la rebelión de las baronías socialistas en la política fiscal —sálvese quien pueda— y la depauperación de las finanzas de los hogares. Quiere confortarlos Sánchez con el maná de los presupuestos que nos ha proporcionado la UE. Espera demostrar a los compatriotas que el Estado va a reaccionar a la emergencia económica. Y la manera superficial de hacerlo radica en la hiperactividad de medidas e iniciativas. Sánchez es un hombre de acción, pero la vehemencia y el dinamismo no implican la eficacia ni la concreción de los resultados.
Menos aún cuando el reloj de arena ya amenaza con sepultarlo. Las elecciones autonómicas y municipales se le presentan demasiado pronto en el calendario. No hay tiempo para la verificación de los milagros, ni es probable que Sánchez consiga reanimarse si los comicios locales de la primavera de 2023 confirman todas las sensaciones del fin de ciclo.
Estable… a contrarreloj. Toda la euforia con que Sánchez aspira a concitar la adhesión de pensionistas y funcionarios —y sustraerlos al magnetismo de Feijóo— se resiente a la vez de su propia desfiguración. La campaña de propaganda y el rodillo político se prometen intensos, pero el ‘Manual de resistencia’ se consume en la vacuidad de la tinta china. Al fin y al cabo, el verdadero rival de Sánchez es Sánchez mismo.