La Moncloa ha anunciado este martes la «retirada definitiva» de la embajadora de España en Buenos Aires en respuesta a las palabras del pasado domingo del presidente Javier Milei contra Begoña Gómez y Pedro Sánchez. El Gobierno ha cruzado así el puente que separa una réplica apropiada a la calumnia de Milei, la decisión de llamar a consultas sine die a la embajadora, de un conflicto entre Estados.
El Gobierno acertó en un primer momento al llamar a consultas a la embajadora en respuesta a los insultos de «calaña» y «corrupta» que Milei les dedicó al presidente y a su esposa. Pero erró al exigir una rectificación que muy difícilmente iba a producirse, dado el historial de provocaciones del presidente argentino, y al escalar el conflicto retirando de forma definitiva a la embajadora.
La situación, además, ha quedado encallada en términos asimétricos. Porque el Gobierno argentino ha evitado responder con la retirada de su embajador en Madrid. Un desequilibrio que le ha permitido a Milei vender el relato de que es el Gobierno español el que está sobrerreaccionando y él, el que está actuando de forma sensata.
Con la retirada definitiva de la embajadora, el Gobierno español se ha colocado ahora en una incómoda posición, dado que la posibilidad de que Milei desescale es remota.
Al acompañar la llamada a consultas de la embajadora de una demanda de disculpas, Exterior incurrió además en una redundancia, porque en la retirada sine die de la embajadora estaba implícita la solicitud de reparación. Pero el Gobierno español la hizo explícita, a sabiendas de que esta no iba a producirse. Menos todavía tratándose de un personaje proclive a las bravatas como Milei y que, en efecto, lejos de pedir disculpas se reafirmó en sus insultos.
El error de cálculo de Exteriores fue no anticipar que el presidente argentino iba a redoblar sus acometidas en sus redes sociales e intervenciones públicas. Algo a lo que ahora no resultaría inteligente ni razonable responder con una escalada equivalente.
Es la consecuencia de no haber manejado bien un órdago comprometedor en una batalla que debería haberse medido mejor.
Prueba de la incomodidad de la Moncloa es el desafío insinuado por Albares, que en su rueda de prensa de ayer martes avanzó la posibilidad de que el Gobierno vete el próximo viaje de Milei a España. Un desafío al que el presidente argentino respondió de inmediato retando a Sánchez a impedir su viaje y acusándole de «totalitarismo».
Desde el punto de vista político, es evidente que la polémica ha beneficiado tanto las expectativas electorales del PSOE como de Vox, mientras ponía de manifiesto una pinza cuyo primer perjudicado ha sido el PP. Un partido sin papel relevante en esta crisis y condenado por tanto a reaccionar a acontecimientos que no controla.
Pero desde el punto de vista diplomático, el conflicto perjudica tanto los intereses de los ciudadanos españoles como los de los argentinos.
Lo razonable, llegados a este punto de enquistamiento, sería no seguir alimentando el conflicto diplomático ni dando pretextos a Milei mientras se trabaja para encontrar una manera de desescalar lo que no debería haber ocurrido nunca en primer lugar.