Rubén Amón-El Confidencial
- El presidente empieza a normalizar los indultos, aprovecha la corrupción del PP y consolida su pacto con el independentismo, sabiendo que las vacunas y el maná de Bruselas operan a su favor
No conviene subestimar los recursos darwinistas de Pedro Sánchez ni conceder excesiva relevancia a la desdicha contemporánea del presidente del Gobierno. Parecen haberlo abatido el escarmiento del 4-M y la impopularidad de los indultos, pero el patriarca socialista acostumbra a reanimarse cada vez que cae a la lona, más o menos como si fuera el epígono posmoderno de Anteo.
Así se llamaba la criatura mitológica a quien se enfrentó desesperadamente el forzudo Heracles. No conseguía vencerlo en los primeros combates que los midieron porque Anteo se recuperaba en cuanto adquiría contacto con la tierra. Le protegía la diosa Gea. Le daba fuerzas cuando mordía el polvo y cuando se desmoronaba.
Le sucede a Sánchez en los episodios de aparente abatimiento. Más débil parece, más fuerte se encuentra. Lo demuestran el descaro y hasta la arrogancia con que reconduce la controversia de los indultos. Está funcionando el masaje mental a la opinión pública. Y está adquiriendo una insólita fortuna la teoría de la desinflamación, la gran misión benefactora.
La manifestación del 13 de junio servirá de recordatorio al ultraje que en realidad suponen la piedad y la gracia confiada hacia los sediciosos, pero la doctrina de la paz en Cataluña, ilusoria o ficticia, ha logrado arraigarse como una iniciativa clarividente, astuta y hasta valiente.
Impresiona la naturalidad con que la progresía ya observa los indultos. Y el ejercicio de amnesia que ha logrado inducirse como remedio a las incongruencias del presidente del Gobierno. Era él quien renegaba del perdón. Quien enfatizaba que los condenados debían expiar hasta el último día. Y quien se comprometió a capturar a Puigdemont con la placa en la pechera.
Se trataba de bravuconadas electorales y electoralistas que han sucumbido al imperativo de las nuevas urgencias. No es que Sánchez necesite asegurarse aquí y ahora la precaria mayoría parlamentaria en ‘colusión’ con los socios soberanistas. Necesita consolidar una alianza de porvenir a largo plazo que le garantice la lealtad del PNV y de ERC, y que le permita remediar la corpulencia de la alternativa de Casado.
El líder del PP atrae para sí a los votantes huérfanos de CS y tiene asegurada la aquiescencia de Vox en cuanto prospere la expectativa de evacuar a Sánchez. Ya se ocupará el presidente del Gobierno de reanudar la batalla contra el fascismo. Y de convertir la ‘kermesse’ de Colón en la prueba inequívoca del oscurantismo que identifica a la ‘derechona’.
Necesita Sánchez una estrategia de reanimación. Le favorece providencialmente la reaparición de los fantasmas de Génova. Casado intenta zafarse de ellos invocando la pureza del relevo generacional, pero la pretensión de sustraerse a los años de la vergüenza colisiona con las obligaciones hipotecarias. Nada tiene de extraño ni de estrafalario que repercutan en el PP de 2021 las fechorías de los líderes que precedieron a los actuales, más todavía si la imputación de Cospedal, ex secretaria general, calienta la silla a la eventual llamada a juicio del patriarca Rajoy. Puede venderse la sede genovesa, pero no eludirse las cuentas con la Justicia ni abstraerse de pagar en ‘cash’ el precio político de las fechorías.
Le conviene a Sánchez este aquelarre extemporáneo y no le conviene una victoria de Susana Díaz en las primarias socialistas, aunque el inquilino de la Moncloa ya ha decidido emprender una suerte de crisis de Gobierno cuya profundidad predispone el sacrificio de los cuerpos extraños y privilegia la adhesión de los sanchistas más sanchistas.
Sobrevendría un Consejo de Ministros más enjuto y más leal. Más dogmático. Y más orientado al emprendimiento de las iniciativas que sensibilizan a los votantes de izquierda. Empezando por la derogación de la reforma laboral. Y remarcando una respuesta a la crisis territorial que convierte los indultos en un bálsamo especulativo.
Sánchez no puede confiar en los compadres de ERC, menos aún cuando Puigdemont los tiene intervenidos, pero sí aspira a involucrarlos en un espíritu de convivencia y de cierta lealtad. No solo ofreciendo las medidas de gracia, la mesa de partidos y la reforma del Código Penal respecto al capítulo de sediciones, sino haciendo pesar el ‘desastre’ que supondría la alternativa de Pablo Casado en la Moncloa.
El mito de Anteo aloja un escarmiento. El gigante recuperaba la salud y la fuerza cada vez que tocaba el suelo. Tardó en percatarse Heracles del sortilegio de Gea, pero terminó descubriendo que la manera de acabar con Anteo consistía en ahogarlo en el aire, sin permitirle caer.
Así es como Junqueras puede acabar con Sánchez. Quitándole el aire. Y exponiéndolo a la dieta insaciable del soberanismo. Porque los indultos son el aperitivo, los preliminares que estimulan la ferocidad de los colegas independentistas en su camino “inevitable hacia la amnistía y la autodeterminación”, como dijo Aragonès en su investidura.
Pedro Sánchez reviste buena salud pese a los últimos contratiempos electorales (4-M), geopolíticos (Marruecos) y de opinión pública (los indultos). La campaña de vacunación y el maná de los fondos europeos van a servirle de argumento de resurrección, igual que la reanimación de la campaña turística y los datos del crecimiento del empleo y la economía.
Podría añadirse el mérito histórico que supondría reconducir la crisis de Cataluña —así lo diría Zapatero en cualquiera de las homilías—, pero la escasa credibilidad que aportan los tahúres de la mesa de partidos se añade al cinismo conceptual del presidente del Gobierno, entre otras razones porque carece de convicciones y porque las subordina al ‘work in progress’ del manual de resistencia. Cataluña es para Sánchez un atajo, y uno que le permite conservarse a sí mismo en el poder.