«¡Qué dolor llamarse también Miguel!», clamaba Unamuno dada su animadversión por Primo de Rivera. El dictador y Unamuno «son los únicos intelectuales con vergüenza que hay por aquí, lo demás son borregos», apostillaba el fogoso Arderius en la tertulia del Universal. Y añadía: «En el fondo, asistimos a un gran duelo entre Migueles». Eran tiempos de Alfonso XIII y Madrid era un hormiguero de bohemios revolucionarios, ateneístas borrachines, sablistas del verso y poetillas famélicos.
Los Migueles de ahora ni son tan intelectuales ni están en guerra. Barroso y Contreras componen una bien avenida pareja dentro de la cofradía del capitalismo de amiguetes. Apadrinados del zapaterismo en cuyos entrañas crecieron y se enriquecieron, se han convertido en los más duchos escaladores de la cordillera del bussines vía BOE. Aterrizaron de nuevo hace dos años en Moncloa donde, luego de apiolarse sin pestañeos al ingenuo Iván Redondo, el gurú de bolsillo que se pensaba Schlesinguer, se pusieron al frente del aparato de propaganda del sanchismo.
Este par de Migueles condujeron con desigual acierto la estrategia del 28-M, en la que la izquierda recibió tan atronadora trompada que forzó a Sánchez a convocar elecciones generales en pleno horno estival. Estruendoso trastazo que será posiblemente superado este domingo con otro aun más colosal y, sin duda, definitivo.
Perder el poder a manos de Núñez Feijóo, un político recién aterrizado de provincias, ni guapo ni buen orador, líder de un partido que emergía de una guerra civil y con un sustento mediático raquítico y tristón, es todo un éxito
Los inconfundibles Migueles han improvisado, para esta ocasión, una campaña errática, dislocada, nerviosa, crispada, distante, ofensiva, sin proyecto ni objetivo, sin valores ni épica,. Una extraordinaria chapuza que desalojará a Sánchez de la Moncloa. La descomunal egolatría del magno narciso sumada a la inepcia de estos dos tiburones de la comunicación está a punto de consumar semejante proeza. Perder el poder a manos de Núñez Feijóo, un político recién aterrizado de provincias, ni guapo ni buen orador, líder de un partido que emergía de una guerra civil y con un sustento mediático raquítico y tristón, es todo un éxito.
Arrancó Sánchez, tras el bofetón del 28-M, con una proclama vitriólica, ante sus grupos parlamentarios, al mejor estilo Iglesias Turrión, ataques a los empresarios, al capital, a la derecha, a los medios. Aflojó luego el griterío para mirar al centro, junto a Nadia, robarle unos votos a un PP voxizado y cederle los trastos populistas a Yolanda Díaz, su necesario báculo. Evitó el mitineo callejero por miedo a Txapote, suspendió su gira por provincias, fatigó los platós, agotó los micrófonos, obsequió más entrevistas que en sus cinco años de presidente. Incurrió incluso en twitter y podcast y no recurrió al Tik Tok porque se adelantó Yoli con su plancha. Un zigzagueo de beodo, un sinuoso itinerario sin apenas propuestas ni medidas, que culminó en el castañazo del cara a cara televisivo, donde los Migueles optaron por el ataque frontal y se toparon con el infranqueable hieratismo del gallego y la agresividad desmedida del presidente, transmutado en un lobishome rabioso y cabreado.
Ante tan desolador panorama, los Migueletes se aferran a la ‘operación bloqueo’. Es decir, el ‘no es no’ again, como en 2019, amenaza de repetición electoral en el caso de que Feijóo no logre los escaños suficientes
Ahí se acabó todo. Los sondeos coreaban la victoria incuestionable del bloque de la derecha y el naufragio de la barcaza del progreso. Ante tan desolador panorama, el tándem de los Migueles se aferró a la ‘operación bloqueo‘. Es decir, otra vez el ‘no es no’ como en 2019, amenaza de repetición electoral en el caso de que Feijóo no alcance los escaños suficientes para resultar investido. Una fascinante memez. Ni al militante más obtuso le aviva el ánimo esa posibilidad de volver a las urnas en un año en el que ya se ha ido dos veces. «Que gobierne el más votado», como clamó Felipe González.
Y como cierre de campaña, el esperpento. La fotografía con Marcial el narco, el daguerrotipo ya sepia del famoso barquito. Más de un año lleva Feijóo al frente del PP y a nadie se le ha ocurrido repescarla del fondo de las rías. Esta sí es una jugada ‘tenebrosa’, por utilizar el adjetivo que Sánchez repite como perturbada obstinación. Y desesperada. La baza salvadora del presidente ha resultado ser un recurso potriñoso e inofensivo, que hasta los socialistas gallegos desecharon ya hace siglos.. Un Marcial, con deje de pasodoble torero, sin más huella en la memoria colectiva ni más relevancia en la cartografía política que unas cuantas portadas y algunos episodios nada destacables en los medios orgánicos del sanchismo. Una estúpida nadería que moverá tanto voto como esas fumarolas metafísicas de Zapatero.
El prontuario de desastres culminados por los Migueles se redondeaba esta semana decisiva con tres severas advertencias, reproches y regañinas desde Bruselas al jefe del Gobierno, tan displicente con los fastos europeos que tanto nos ponderó. Sanchez mintió con los peajes de las autovías, con unas palabras descalificatorias de Von der Leyen hacia Feijóo y con un coro de ovaciones del Ecofin dedicadas a Nadia Calviño.
Cruzan ahora los dedos para alcanzar los 120 escaños y así salvar la permanencia de su señorito al frente del PSOE. Las demoscopias más cabales no le auguran ni 110. De ese modo, en septiembre, el caudillín postinero estará ya fuera de Moncloa, fuera de Ferraz, fuera del PSOE (si por entonces aún hay de eso) y sin opciones ya para investirse con los correajes de jefe de la OTAN (su amigo Mark Rutte, el ciclista holandés, pretende ese puesto). Los Migueles, eso sí, seguirán en lo suyo. El espectáculo del bussines de amiguetes debe continuar.