Pilar Gómez-El Confidencial
- El PP celebra que el presidente, con sus «insultos», afiance el papel de hombre de Estado de Feijóo. Dirigentes socialistas alertan de que el mensaje de ‘pato cojo’ cale en los ciudadanos
Las expectativas sobre el cara a cara Sánchez-Feijóo en el Senado se cumplieron con creces. Lo que estaba llamado a ser un cruce de argumentarios acabó en un tenso enfrentamiento dialéctico que sirvió para medir el estado de la crispación. El veredicto es que el curso político será bronco si atendemos al tiempo que se dedicó a las propuestas y el que se consumió en descalificar al adversario. El presidente había escogido el formato. Cuando el líder del PP le emplazó a un debate, la Moncloa quiso circunscribirlo al plano energético. La estrategia era no dar margen a Feijóo ni en tiempo ni en el fondo.
En cuanto al minutaje, no hubo sorpresas. Sánchez abusó de la ventaja que le daba el reglamento y se alargó en sus intervenciones. Alrededor de 130 minutos frente a los 20 minutos que se dio a Feijóo. El presidente de la Cámara Alta, Ander Gil, fue estricto. Hasta en cinco ocasiones, contaron algunos senadores, se dirigió al gallego para que se ciñese al reloj. Entre sus señorías se comentó que se había dado la orden desde la Secretaría de Relaciones con las Cortes de que se midieran al milímetro sus intervenciones. El PP daba por descontado este tipo de ‘trampas’. El propio Feijóo, que titubeó en ocasiones, bromeó con la desigualdad de partida en su intervención, aun a sabiendas de que la normativa es la que marca la pauta.
Lo que no se esperaban en Génova fue el intercambio de papeles. Sánchez adoptó el de aspirante a la Moncloa en lugar del presidencial. Utilizó buena parte de su discurso para arremeter duramente contra Feijóo, colocando al líder de la oposición en el centro del debate. Incluso en el relato de sus logros para hacer frente a la crisis energética incluyó ataques: “Señorías de la bancada popular, dejen de hacer el ridículo y no llamen timo ibérico a lo que es defender los precios de la clase media trabajadora”. Era solo el comienzo de una cascada de alusiones personales no solo desde la tribuna, sino incluso en los comentarios que el presidente hacía con sus ministros mientras intervenía su opositor.
El presidente optó por ir de frente para desmontar la imagen de hombre de Estado del líder del PP. El mantra es que, a base de repetirlo, cale en la ciudadanía que Feijóo es un “insolvente” que no está preparado para gobernar. Incluso llegó a tildar de “justito” el conocimiento del rival en materia económica. En esto se afanó Sánchez, que pese a arrancar el aplauso fervoroso de los suyos en varias ocasiones dio signos de incomodidad. El talante gallego logró desquiciar en más de una ocasión al presidente, como reconocen fuentes monclovitas. En los pasillos, el mensaje era de euforia entre el equipo presidencial, pero en Ferraz no les pasó desapercibido que Sánchez se desconcentró en varias ocasiones. Los gestos valían en esta ocasión también más que las palabras.
«Se creía que venía a debatir con Casado y no ha cambiado las notas», bromeaban anoche en el PP
Poco se entendió en ocasiones la réplica. Sánchez es buen parlamentario, pero el hecho de aludir a asuntos que no habían sido expuestos por Feijóo desconcertó. “Se pensaba que venía a enfrentarse a Casado y no ha cambiado sus notas”, bromeaba un senador popular, que alabó que se evitasen referencias a ETA, como hizo la portavoz en el Congreso, Cuca Gamarra, en el debate sobre el estado de la nación: “Es más inteligente evidenciar los acuerdos con Bildu”.
Feijóo captó pronto cuál debía ser su lugar y volvió a hacer de Feijóo. Mano tendida y más allá. Pese a que desde que llegó al cargo no ha cerrado un solo acuerdo con el PSOE, volvió a reivindicarse como hombre de consenso. Asumió el papel de víctima frente a un Gobierno de la crispación. “Mientras los ministros insultan, descuidan sus funciones, y creo que los españoles no se lo merecen”. Sánchez, con el tono, se lo puso en bandeja. El popular centró en tres ejes sus dardos: la improvisación de un Ejecutivo que copia las medidas que propone el PP, como las bajadas del IVA a la luz y el gas, e incluso su anuncio estrella de beneficiar a la gran industria del tope ibérico; la falta de un rumbo claro en sus propuestas, evidenciando las discrepancias en el seno de la coalición con Podemos —“Cese a los ministros que no ha nombrado”—, y las encuestas, que Feijóo usó para jalear la figura de un ‘pato cojo’.
“Su intervención no es propia de un presidente. Para hacer oposición, solo tiene que esperar a las próximas elecciones”, espetó el gallego, que lanzó un órdago al emplazar a Sánchez a romper con sus socios de investidura y llegar a acuerdos con el principal partido de la oposición, con el compromiso de sostenerle parlamentariamente en asuntos de Estado. “Nadie en España cree que es más constructivo Bildu que el PP. Nadie en España cree que es más fácil una mesa de diálogo con ERC que con el PP. Nadie en España cree que vaya a proponerle más ocurrencias el PP que Podemos”, repetía Feijóo con un timbre casi hipnótico que le blinda como moderado, aunque recurra al insulto con calificativos como “dictador”, justificados desde la metáfora.
Más allá del ganador o perdedor, siempre el presidente se juega más que el aspirante. Dirigentes socialistas, incluso desde la complacencia con Sánchez, expresaban ayer la preocupación por cómo los sondeos ahondan en la victoria del PP y no dan síntomas de remontada socialista: «El presidente sale peor que entró y encima le hemos dado alas a Feijóo». Hay dudas sobre la estrategia agresiva por la que ha optado Sánchez, que volvió sobre “los poderes oscuros”. Los gurús de la demoscopia advierten de que el trasvase de votantes del PSOE al PP es un reflejo de que los ciudadanos ven en Feijóo un presidente. Sánchez le dio ayer ese lugar.