Cristian Campos-El Español
El 1 de octubre de 2016, el diario El País escribió que Pedro Sánchez era «un insensato sin escrúpulos que no duda en destruir el partido que con tanto desacierto ha dirigido». También le acusó de cobarde, de no estar en sus cabales, de ser el culpable de la degeneración del PSOE, de poco humilde, de sectario, de incumplir sus compromisos, de enrocarse, de empecinado, de estar dispuesto a hundir el partido, de mentiroso, de carecer de escrúpulos, de oscilante, de moverse únicamente por intereses personales, de carecer de valores y de ideología, y de ser incapaz de rectificar.
Y todo eso, en un único editorial. Uno de esos que se escriben tecleando con un solo dedo, el de las peinetas, y que te convencen de que esto del periodismo es sólo sexo por otros medios de la agradable galbana que te entra tras darle al botón de ‘publicar’.
Para acabar, El País acusó a España de haber caído en el populismo, que era su manera de decir que la que había caído en el populismo era la militancia del PSOE. Es decir, sus propios lectores. «Pero qué público más tonto tengo, pandilla fina me ha caído a mí» cantaban también Kaka de Luxe en 1983. Siempre hay alguien que lo ha dicho antes que tú.
Pero en junio de 2018 sucedieron tres hechos puramente extraordinarios. Por supuesto, sin conexión alguna entre ellos. El primero es el nombramiento de Pedro Sánchez como presidente del Gobierno tras una moción de censura a Mariano Rajoy apoyada por Podemos, ERC, PDeCAT, PNV, Compromís, Bildu y Nueva Canarias. Es decir, por una miríada de partidos cuyo único nexo común es su rechazo del régimen constitucional del 78.
El segundo hecho extraordinario, ocurrido sólo una semana después, es el cese del director de El País, Antonio Caño, su sustitución por Soledad Gallego-Díaz y la inmediata purga del equipo de Caño: Álvaro Nieto, Javier Ayuso, Maite Rico, David Alandete y José Ignacio Torreblanca, entre muchos otros. Y no tanto por afines a Caño como por modernos. Es decir, por centrados, que en el vocabulario socialista quiere decir cercanos a Ciudadanos.
El tercero es la súbita transformación del relato. En las mismas páginas que antes calificaban a Pedro Sánchez de insensato populista sin escrúpulos, ni moral, ni ideología se decía ahora que el presidente es un animal político con más instinto de poder que el resto del arco parlamentario junto. Mérito que esas páginas extendían a Iván Redondo, el estratega político de Sánchez, al que atribuían la cuadratura del círculo:
1. Recuperar buena parte de los votantes que se fueron a Podemos en 2016 sin perder al electorado socialista más centrado.
2. Demonizar al PP, pero sobre todo a Ciudadanos, agitando el fantasma de un Vox al que nadie ha dado más publicidad que el PSOE y sus medios afines.
3. Patrimonializar causas transversales como el feminismo, los derechos LGBT y el ecologismo.
4. Y lograr todo eso sin dejar de ser percibido como un partido al mismo tiempo centrado, pero radicalmente izquierdista; y dialogante con el separatismo, pero firme en su defensa de la Constitución.
Cómo sería de efectiva la campaña de publicidad que hasta yo llegué a pensar que Sánchez y Redondo eran dos genios de la estrategia política. Algo, por otro lado, por lo que tampoco me voy a fustigar en exceso. A fin de cuentas, el que duerme hoy en La Moncloa es Pedro Sánchez y no Albert Rivera, Pablo Casado, Pablo Iglesias o Mariano Rajoy. Algo tendrá el agua cuando la bendicen.
Mi sospecha, sin embargo, es que sin los dos votos de Bildu o los nueve de ERC en la moción de censura del 1 de junio de 2018, hoy Pedro Sánchez continuaría siendo en el imaginario del socialismo el advenedizo que siempre fue. Que ERC y Bildu aboguen ahora por un pacto de Gobierno entre PSOE y Podemos es natural. Ninguna otra alianza de partidos posible les acerca más a su objetivo, que es la derogación del sistema constitucional actual y su sustitución por una III República que se prevé tan sectaria como la II.
Que Pedro Sánchez se resista tanto a esa coalición con los populistas de extrema izquierda ya resulta más sorprendente. ¿Sabrá el candidato que lo que arriesga este jueves no es la presidencia o unas nuevas elecciones, sino su retorno a la condición de botarate sin escrúpulos que durante tanto tiempo le atribuyó El País? Sánchez debería recordar que antes que príncipe fue rana y que la mutación no es irreversible. Su carrera es sólo relato y si lo pierde, sólo le queda el Peugeot 407 de 2005.