Los tribunales asfixian a la Moncloa. Un vendaval de sospechas paraliza al Gobierno. Los casos se multiplican y las investigaciones avanzan
Sánchez está desnudo. Él lo sabe. Poco le importa. Su epidermis es de amianto y su altura ética, la de un ciempiés. Como cada sesión de control, al minuto 19 se levantó del escaño y tomó el portante. Más tiempo no le dedica a la sede de la soberanía nacional. El bombazo de la jornada le pilló fuera. La noticia de la imputación del fiscal general del Estado trascendió cuando ya estaba camino de Bruselas. La bancada socialista se quedó pasmada como si el huracán Milton le hubiera pasado por encima. Miradas de inquietud, gestos de preocupación, susurros cautos. Un aire de vencidos, como si supieran la verdad, diría Pessoa.
El montaje contra Ayuso en la persona de su novio, ese traspiés estúpido del jefe del Ministerio Público, les estalló en la cara, curiosamente en pleno debate sobre la corrupción. Sánchez había llegado tan pimpante a su asiento. Hasta bromeó con su vice-uno M.J. Montero, aún postrada por su lesión, y dirigió un ligero vistazo a los sillones azules. Nadie tiene más cara de asco que Elvira Sainz (¿y por qué?), ni más aspecto de marciano que Jordi Hereu (¿qué pinta este hombre ahí?), ni muestra más felicidad que Silvia Rego (¿de qué es ministra exactamente?) Y luego, se dispuso, con gesto cachazudo, a cumplir el trámite tedioso de escuchar al líder de la oposición, hoy extrañamente sin gafas, lo que le da un aspecto más frágil, más vulnerable. No fue así.
Era el primer pulso parlamentario después del terremoto del informe de la UCO, una semana de intensas turbulencias en Moncloa y fuertes temblores en Ferraz. Siete de días de Octubre de pesadilla, un goteo pútrido que ha salpicado a medio Gobierno y a cuarto y mitad de la dirigencia del partido. «Márchese ya», le espetó el líder del PP a quien ha consagrado ya como el ‘número Uno’ de la banda. «Todos los caminos llevan a usted». Y luego, el repaso de las infamias. «Sabía lo de Delcy y mintió, sabía lo de Ábalos y lo aforó, sabía lo de su mujer y lo encubrió, lo sabía todo desde hace tres años y lo tapó». Una jaculatoria ruidosa pero quizás ineficaz. Bastaría con que Feijóo se hubiera plantado, firme y desafiante, después de soltar su primera frase: «¿Qué hablaron usted y su mujer con Aldama, ahora en prisión?» Y punto. Sánchez, naturalmente, se habría escapado por los cerros de Zaplana.
Entonces, vuelta Feijóo a preguntar lo mismo. Que los requiebros del presidente resonaran como una confesión por la Cámara.Todo está en el móvil de Aldama, el facilitador del chiringuito de Begoña, el mediador en todos los chanchullos, desde la noche oscura de Barajas a los negocios de Caracas, la compra de lingotes de oro, el turbio rescate de Air Europa y ahora, el pelotazo de los hidrocarburos que lo han llevado al trullo donde se teme que empiece a cantar. Aldama, Aldama, Aldama, un apellido que encoge el bajo vientre de los conjurados del sanchismo, que siembra el pánico entre los pringados del koldismo. Aldama, Aldama, Aldama, ¿qué hicisteis con Aldama?, repetirlo mil veces, como una invocación, un sortilegio, una letanía que supura sospechas, y algo más, en el núcleo corruptor del régimen.
El interpelado se hizo el loco y se llamó a andana. Hilvanó el tosco argumentario que le preparan los sabiondos del Ala Oeste, ahora con tanto ingenio como un guionista de serie española y se aferró al consabido estribillo de Ayuso y Zaplana, a la sede negra de Génova, a los martillazos en los ordenadores y a las andanzas de aquel Bárcenas. Todo es pretérito en un Gobierno desbordado de corrupción, que apenas logra sacudirse los manchurrones de una realidad que le asfixia y que conduce a un horizonte enrejado.
El patetismo de Marlaska, en sus trémulas intervenciones, alcanzó momentos sublimes. Le sale una vocecilla como de comulgante de Bergman o de monaguillo de preconciliar. Tellado lo noqueó al investirle como el ‘número tres‘ de la trama, al recordarle que es su propia gente, la UCO, la que está investigando su Ministerio, y al ponerle ante sus narices la triste circunstancia, que a veces olvida, de que es juez. «Váyase de ahí, usted queda inhabilitado para el ejercicio de la que fue su profesión». La función matinal se desarrolló bajo un guion repetitivo y obsecuente, como una tonadilla desgastada. Del lado izquierdo, el fatigoso rosario de siempre: Gurtel, Kitchen, Bárcenas, Zaplana, martillazos, bulos, fango, ultraderecha, tolerancia cero, lecciones cero…». En el lado de enfrente, mucho donde escarbar: Begoña, Aldama, Koldo, Ábalos, su novia, el apartamento de la Plaza de España, el chalecito gaditano, Delcy, el oro, los aviones, Dominicana, Caracas…
Más que rigidez en las posturas se advierte casi parálisis. En una democracia de verdad, bastaría con recordarle al presidente que un grupo de empresarios le pagaron a su número dos un chaletazo en Sotogrante y el pisazo de su novia en la Plaza de España para que hubiera entregado ya su dimisión y se hubiera vuelto a su casita de Pozuelo con su esposa, ahora sin trabajo. Tal no ocurrirá. Sánchez está desnudo. ¿A quién le importa tener al frente del Ejecutivo a un individuo sepultado en una montaña de inmundicia, cercado por los tribunales, rodeado de saqueadores y apoyado por sanguijuelas independentistas? De momento, no a los suficientes para que le animen a abandonar el cargo. Lo resumió con nitidez Borja Semper dirigiéndose a la bancada del progreso: «¿Por qué no se respetan lo más mínimo? ¿Por qué se arrastran? Sánchez se irá, les dejará tirados. Sánchez no merece la pena». Como decía el personaje de Woody Allen, «hay gente que confía en un conductor de autobús desnudo». La hay.