Ignacio Marco-Gardoqui-El Correo
- Al presidente se le olvidó decir el qué, puesto que el vergonzoso pacto con ERC permite a la poderosa Cataluña aportar menos a la ya debilitada caja común
Aunque muchos busquen ese efecto, los acontecimientos vividos el jueves en Barcelona y la profunda humillación sufrida por el Estado, no pueden ocultarnos el problema de fondo. Ese día se produjo la investidura de Salvador Illa, pero se hizo gracias al vergonzoso acuerdo pactado con ERC. Si se lleva a la práctica -eso está por ver-, dicho acuerdo provocará la explosión del sistema de financiación autonómica, impondrá la bilateralidad allí donde siempre hemos usado la multilateralidad y encorsetará la solidaridad dentro de la voluntariedad de quienes aportan al fondo común. A cambio, nos ha enseñado conceptos nuevos, hasta ahora desconocidos.
Leemos cosas como la ‘financiación por habitante ajustado’, descubrimos la existencia del ‘principio de ordinalidad’ y nos enteramos de que existe un Fondo de Garantía de los Servicios Públicos Esenciales. Un auténtico lío. Pero en realidad todo es muy sencillo.
Los independentistas catalanes no han montado este jaleo para que Cataluña aporte más. Lo han hecho para aportar menos, lo cual quiere decir que habrá menos dinero para quienes ahora reciben más. ¿Cómo se colmará la diferencia? Pues o bien las autonomías que han cometido el imperdonable error de carecer de partidos independentistas batalladores (eso solo existe en las comunidades de renta alta, ¡que casualidad!) tendrán peores servicios, o bien subirán sus impuestos para mantenerlos o bien recibirán el ilimitado maná del Estado con cargo al déficit que todo lo puede.
Si piensa apostar, le aconsejo que lo haga por esta tercera opción, que es la que implica menos problemas para el Gobierno. Total…
El esperpento vivido en el Parlament y sus alrededores induce a la risa si no fuera la expresión de una tragedia ridícula
En estos últimos días se ha confirmado la falta de veracidad de las palabras de Pedro Sánchez cuando justificaba todas sus tropelías jurídicas porque iban a devolver la paz social a Cataluña, y cuando prometió traer de vuelta al ‘honorable’ Carles Puigdemont para que rindiera cuentas ante la justicia. Visto lo visto, Puigdemont ha venido por sus propios medios, igual que se fue, y lo ha hecho cuando le ha dado la gana tras haber elegido para ello el momento más oportuno para él y más inoportuno para los demás. El esperpento vivido en el Parlament y sus alrededores induce a la risa si no fuera la expresión de una tragedia ridícula.
Por su parte, tanto los indultos a quienes mostraban su voluntad de reincidir en sus delitos; como la eliminación de la sedición, para que los sediciosos puedan repetir su hazaña de manera más holgada; la modificación sustancial del delito de malversación, para que quienes piensan seguir malversando puedan hacerlo de manera generosa y tranquila; la tremenda concesión de una amnistía desgarradora y el derribo del maltrecho sistema de financiación autonómica para que la poderosa Cataluña, en un impresionante ejercicio de solidaridad, pueda aportar menos a la debilitada caja común, todo ello no ha servido para calmar unos ánimos que no desean la calma y unos deseos que carecen de límite. ¿De verdad que la Cataluña de hoy vive en paz y concordia con el resto de España? ¿De verdad que España ha mejorado su cohesión social y su convivencia política? ¿De verdad que el pacto alcanzado es solidario?
¿Quién puede emitir semejantes opiniones sin partirse la mandíbula de la risa? Solo Bolaños, que la tiene esculpida en titanio reforzado. O Pedro Sánchez, que lo único que dijo el jueves es que «Cataluña gana y España gana». Pero se le olvidó decir qué es exactamente lo que gana. ¿Gana en ejemplaridad pública, en respeto internacional? ¿Gana en cohesión y solidaridad interna?
Este Gobierno carece de límites, pero como guionista de esperpentos no tiene precio.